sábado, 6 de agosto de 2011

FÁBULAS DEL MOLINO


(1993 –1995)




1.-            El búho y la cacatúa
2.-            La Liebre, el canguro y el zorro
3.-            El ratón, el gato y la comadreja
4.-            El gorgojo y los toros
5.-            El pavo real y el guardián
6.-            El gato y el canario
7.-            El ornitorrinco y el pato
8.-            El búho, el burro y el chancho
9.-            El oso, el zorro y la ardilla
10.-         El mendigo y el hombre generoso
11.-         La cabra extraviada
12.-         El viento  y las hojas
13.-         El  atleta, el caballo y la hormiga
14.-         Las vicuñas
15.-         El peral, el hortelano y los cuervos
16.-         El mono, la tortuga y el búho
17.-         La abeja y el mosquito
18.-         El gallo y el asno
19.-         El gallo abusivo
20.-        El arce y la coneja
21.-         El gato y el pez
22.-         El cocodrilo y el armadillo
23.-         El pescador ambicioso 
24.-         El avicultor y el cazador
25.-         El pavo real y los cisnes
26.-         El abuelo y el nieto
27.-         Los Cazadores
28.-         El buscador de tesoros
29.-         El ladrón y la mula
30.-         Unas plumitas
31.-         El mochuelo y los cóndores
32.-         El cerdo, la paloma y la ranita
33.-         El perro y el gato
34.-         El elefante y el oso
35.-         La vicuña y el gato
36.-         La abeja y la araña
37.-         El ratón aventurero
38.-         La lechuza, las ranas y el mapache
39.-         El loro y el sapo
40.-         El zorro y el cocodrilo
41.-         El oso y la tortuga
42.-         El conejo y el papagayo
43.-         El gato y la araña
44.-         La osa y el hipopótamo
45.-         Los hermanos y el perro
46.-         El profesor y el hombre rico
47.-         Las hienas y el león
48.-         El explorador, el perro y las pirañas

49.-         El gusano de seda, la abeja y la araña





EL BÚHO Y LA CACATÚA

Una cacatúa había anidado en la copa de un enorme nogal, pero en un descuido, uno de los huevos se había rodado a través de las ramas y por suerte, no cayó al suelo, si no que fue a dar en el nido de un búho.

¡Qué raro!, dijo la cacatúa, recuerdo haber puesto cinco huevitos y no cuatro como los que tengo ahora.

¡Qué extraño!, dijo la señora búho, que yo sepa solo estaba empollando dos huevos y no tres como los que tengo ahora.

Lo cierto es cierto es que al poco tiempo la señora búho tuvo que alimentar tres hermosos polluelos, aunque el desconcierto y el mal humor del señor búho se hacía latente a cada momento.

-      Sabes qué, querida, me parece extraño este pichón, no se parece en nada a nosotros.

La señora búho no hacia caso a las insinuaciones del señor búho, pero de vez en cuando se detenía a mirar aquel hijo cuyas plumas y cabeza eran sumamente diferentes a la de los otros dos pichones.

-      ¿De dónde había sacado este penachito? Se preguntaba la señora búho.

Como no era búho, si no cacatúa, el pequeño pichón lucía un pronunciado penacho de plumas blancas sobre la cabeza. Pero la diferencia se hizo más notoria cuando los pichones crecieron y adquirieron costumbres diferentes.   Los buhitos preferían los ratones, mientras que la joven cacatúa gustaba de los tiernos frutos que tomaba de los árboles, los búhos eran de hábitos nocturnos, la cacatúa de costumbres diurnas.

Una mañana de verano la joven cacatúa vio volar a otras cacatúas.  Algo en su le dijo que aquel era su lugar; la señora búho y el señor búho dejaron escapar una lágrima conjunta y confirmaron en un instante lo que habían sospechado desde tiempo atrás: que aquel hijo no les pertenecía. Ante una indicación del señor búho, la joven ave del penacho en la cabeza alzó vuelo y se perdió en el horizonte.  Los búhos juntaron sus alas alrededor de sus hijos y comenzaron a ulular.  La noche había llegado ya
     

Castell d’ieri,  10 de setiembre de 1997.


“Nunca es tarde para corregir los errores”




LA LIEBRE, EL CANGURO Y EL ZORRO

Una joven zorra descansaba placentera-mente junto a una higuera cuando vio a una liebre que roía unos frutos.

-      Bueno, zorrita, ha llegado la hora de merendar, dijo el astuto animal.  Veo que aquella orejoncita está bien rellenita, así que manos a la obra.

La zorra fue en busca de la liebre, la cual a pesar de estar concentrada en su alimento de tres ágiles saltos se puso fuera del alcance de su perseguidora.  El roedor esquivó con gran facilidad arbustos, peñas, matorrales y arroyos, pero al llegar a campo abierto, se dio cuenta que en ese terreno sería fácil presa de su perseguidora.

De suerte que a pocos metros encontró a un cangurito que jugaba a los pies de su madre.

-¿Qué te sucede amiguita, por qué estás sudando tanto?, preguntó asombrado el cangurito.

-      Una zorra me persigue para devorarme, dijo la asustada y jadeante liebre.  Soy uno de  sus platos preferidos, y no dejará de acosarme hasta que no me atrape.

Al ver aparecer a la zorra, el cangurito le dijo a la liebre que se metiera en la bolsa que su madre tenía en el vientre.

-      Aquí nadie te molestará, eso tenlo por seguro, dijo el pequeño canguro con la seguridad que la presencia de su madre le ofrecía.

La zorra se sintió desconcertada al no encontrar a la liebre por ningún lugar, pero no tardó en sospechar que aquellos patilargos animales tenían algo que ver con aquella extraña desaparición.

Sus sospechas se confirmaron cuando vio que las orejas de la liebre sobresalían de aquella extraña bolsa ya fue en ese momento que decidió capturarla.
La reacción de la madre del cangurito no se dejó esperar y, en cuestión de segundos una fuerte patada arrojó a la obsesionada zorra a una gran distancia.

La liebre salvó así su vida en cambio la pobre zorra sufrió una enorme contusión en la cabeza que la tuvo convaleciente durante un gran tiempo.

Castell d’ieri,  de junio de 1997

“Unirse a los fuertes es una buena forma de protegernos de nuestros enemigos”




EL RATÓN, EL GATO Y LA COMADREJA

Estaba un ratón jugando sobre el tejado de un granero sin saber que un gato lo estaba observando.  De pronto una de las pequeñas tejas que cubrían el techo cedió y el roedor cayó ceca a donde se encontraba el felino que con gran rapidez lo cogió de la cola.

-      ¿A dónde vas chiquitín?, dijo el gato sin poder ocultar la gran alegría que le provocaba el tener aquel bocadillo para llevarse a la boca.

El pobre ratoncito trataba de escapar de aquella garra felina, pero todo esfuerzo era inútil.  El captor no estaba dispuesto a perdonar la imprudencia del roedor.  Una enorme comadreja que estaba en busca de algún ave de corral asomó su cabeza y en ella el ratón creyó ver su tabla de salvación.

-      Ayúdame, amiga, por favor, libérame de este animal malvado, gritó el ratón.

El gato, astuto como era, midió sus fuerzas de inmediato y comprendió que en una lucha contra aquel animal carnicero llevaría la peor parte, así que optó por soltar a su pequeña presa.

De inmediato el pequeño animalito corrió a esconderse detrás de su salvadora antes de que el gato se arrepintiera de su decisión.

No bien el gato se hubo marchado, el ratón se deshizo en agradecimientos hacia la comadreja y quiso marcharse.

-      Vamos, amiguitos, vamos, porqué quieres irte así, como si yo te hubiera hecho algo, dijo la comadreja abrazando al ratoncillo y apretándolo suavemente hacia su cuerpo.
La comadreja contuvo el aliento y prosiguió:

-      Bien muchachito, como no tienes nada que ofrecerme, vamos para adentro.

Dicho esto, la comadreja se engulló de un solo bocado al pequeño roedor.

Castell d’ieri,  08 de Setiembre de 1997

“Debemos cuidarnos de no caer en un mal más grande que en el que ya estamos”




EL GORGOJO Y LOS TOROS


Labrando sus tierras estaba un campesino cuando decidió darse un descanso para irse a almorzar.  Para mala suerte de una familia de gorgojos, la cuchillas del arado quedó incrustada junto al nido de los insectos, imposibilitando el libre tránsito de estos.

-      ¡Malhaya sea esta máquina!, se quejó el gorgojo.  Pero esto no se queda así, ahora verán quien soy yo.

Los retoños del iracundo insecto celebraron y aplaudieron la decisión del padre de quitar aquel estorbo del camino, el cual, por otro lado, impedía el ingreso a al madre con las semillas de cereales que traía para la cena.

El alado bicho llegó hasta el yugo que unía a los bueyes y dijo amenazante:

-      Si ustedes no quieren mover este armatoste, pues, lo haré yo sólo.

Para esto, ya el campesino había regresado a su labor y dio la orden para que las bestias avanzaran. Mientras tanto, el gorgojo saltaba de un lado a otro golpeando el yugo y de paso dándole algunos golpes a los toros.  Cuando ya el arado hubo avanzado unos metros, el insecto voló hasta su nido donde recibió los halagos de su familia.


-      ¡Qué les dije!, resonó su voz.  De un dos por tres he hecho el trabajo que esos dos grandulones juntos no podan hacer.  Ese es su padre muchachos, concluyó


 Castell d’ieri, 04 de Setiembre de 1997


“Hay quienes se sienten imprescindibles y merecedores de la labor realizada, cuando en el fondo no hicieron nada”




EL PAVO REAL Y EL GUARDIÁN

En un zoológico habitaba un hermoso pavo real cuyas plumas en la cola, semejaban un vistoso abanico de colores que provocaba el asombro y la admiración de los visitantes que en gran número, se aglomeraban en su jaula.

-      ¡Qué plumas más coloridas!, exclamó un anciano.

-      Realmente me deja asombrado la prestancia de su andar, decía una señora.

Todo era halagaos para el ave, quien a cada palabra que llegaba a sus oídos, estiraba su largo cuello en el cual se lucía un arco iris de colores que movía a otras aves a la envidia.

Una tarde en que el guardián repartía de jaula en jaula, los granos que servían de alimento, se escucho la voz del pavo real:

-      Oye, tú, alimentador de aves, cuándo va a decirme algunas palabras bonitas acerca de mis plumas.

El guardián lo miró y lanzó una risa burlona que dejó desconcertada al ave.

-      Mira, plumífero, le dijo.  El águila es el ave más valiente que existe y no anda pregonando su virtud; el halcón posee una velocidad admirable que bien envidiaría la gacela, y no presume de ello ante nadie, el cuervo tiene unas garras que compiten de igual a igual con muchas aves de rapiña, y qué decirte de la corneja que posee el don de predecir las desgracias mejor que cualquiera de esos adivinos charlatanes que andan por ahí.

Para esto, ya el pavo real mostraba una sonrisa tonta y sin saber dónde esconder la cabeza, pues, se sentía muy herido en su orgullo.
                                               
Pero el guardián pensó que aún no bastaba con lo que le había dicho para que el ave escarmentara y dejara de ser tan ostentosa.

-      Y por último, sería bueno que escucharas el canto divino que posee el ruiseñor.

En ese preciso instante, unos ruiseñores emitían unos tiernos y vibrantes cánticos, cuya celestial dulzura paralizó a todas las aves del parque.

-      Por qué o cantas pavito, dijo riéndose el guardián.

El pavo real hundió su cabeza en tierra y unas lágrimas brotaron de sus ojos, pues, demás estaba recordarle que la naturaleza lo ha dotado de uno de los cantos más discordantes que se hayan dado jamás.

Castell d’ieri,  21 de setiembre de 1997




EL GATO Y EL CANARIO

Aprovechando que la dueña de la casa había salido de compras, un gato decidió hacer una incursión hasta la jaula del canario.

-      ¡Hola! Pajarito, cómo estás, dijo con zalamera voz el felino.

El canario se sintió halagado por el saludo del gato, por lo cual este se sintió estimulado a seguir con su plan.

-      Sabes qué, pajarito, he estado pensando y me he dado cuenta que he sido injusto y abusivo al haber estado acosándote a cada instante, pero de ahora en adelante seremos muy buenos amigos, ya no te perseguiré y podremos pasear juntos e inclusive te dejaré que duermas conmigo para abrigarte con el calor de mi cuerpo.  ¿Estás de acuerdo pajarito?, concluyó el gato embaucador.

El canario saltó de alegría en su jaula y el gato comenzó a lamerse los bigotes y a babear de satisfacción, pues, ya se imaginaba los tiernos huesitos del pequeño calvario resonar dentro de su boca.

-      Me das una buena noticia, bigotón, ahora podremos vivir en paz y jugar juntos.  Tengo tantas ganas de montarme sobre tu lomo para que me des un paseo lindo gatito.

El gato al escuchar estas palabras comenzó a babear con mayor intensidad y fue acercándose a la jaula esperando que el canario abriera la puerta.

-      Pero antes, dijo el canario, quiero dedicarte uno de mis más lindos cantos.

El gato aceptó entusiasmado y la pequeña ave comenzó su trino.

El suave  y melodioso cántico del canario atrajo la atención del perro de la casa quien reconoció en ese canto la señal de alerta que el canario lo tenía acostumbrado cuando se encontraba en peligro.
Algunos pelos de gato quedaron entre los dientes del enfurecido perro, quien logró darle a l felino una buena mordida antes de que huyera despavorido.  El escarmiento fue bueno, pues, nunca más se volvió a ver al felino cerca de la jaula del gato.


Castell d’ieri,  22 de setiembre de 1997

“Muchas veces tratamos de engañas a otros y terminamos engañados”.




EL ORNITORRINCO Y EL PATO

Nadaba tranquilamente un pato en una laguna, cuando se percató de la presencia de un animal que buceaba por debajo de donde él estaba.

El pato hundió su cabeza en el agua y vio   que el animal tenía el pico plano y muy parecido al suyo, y en la orilla, el pato preguntó:

-      Oye, tú porque te pareces tanto a mí, quién eres que nunca te había visto.

-      Qué animal más tonto eres, pico plano, es que acaso no ves que soy un ornitorrinco, contestó el interrogado.

-      ¿Un qué...?, exclamó el pato.

-      Un ornitorrinco, respondió el animal.

Vaya, replicó el pato, no sabía que tenía un pariente con un nombre tan extraño.

El ornitorrinco se sintió ofendido porque se consideraba superior a aquella plumífera ave.

-      Yo no me parezco a ti, así que ni familia somos, contestó.

-      ¡Cómo que no te pareces a mí!, dijo el pato sumamente herido en su amor propio.

El ornitorrinco se sumergió en el agua y se marchó.  El pobre pato se quedó confundido pues, veía que si bien aquel animal raro que se llamaba ornitorrinco no tenía plumas si poseía un pico plano y patas con membranas como él.

Tres días después, cuando el pato nadaba alegremente aprovechando del cálido sol estival, se escucharon unos gritos de auxilio que provenían del otro lado de la laguna.  Era el ornitorrinco que se hallaba acosado por un pequeño caimán el cual, llegada  la hora del almuerzo, creyó oportuno llenarse la panza con él.  El pato voló hasta el lugar y una de sus alas cubrió los ojos del caimán instante que4 aprovechó el ornitorrinco para escabullirse entre  unos matorrales y huir.  Después de este altercado, ambos animales se hicieron muy amigos y el ornitorrinco hubo de aceptar, que si bien no eran parientes, había características en ellos que eran muy similares.


Castell d’ieri, 25 de Septiembre de 1997


“Por más que nos neguemos a aceptar algo, las evidencias pueden demostrarnos lo contrario”.





EL BÚHO, EL BURRO Y EL CHANCHO

Levantóse una mañana  un burro muy emocionado, pues, había soñado que era un animal muy culto.

-      Ya estoy harto de que todo el mundo diga que no soy inteligente y que siempre me pongan como modelo de ignorancia, díjose el cuadrúpedo a sí mismo.

Fue entonces cuando fue en busca del búho, animal caracterizado por su amplia cultura.  El burro dio de coces contra la puerta de la casa del ave de tal suerte que estuvo a punto de romperla.

-      ¿Quién inoportuna mi descanso tan temprano?, preguntó el búho.

-      Soy yo, contestó el burro contento de haberlo encontrado en casa.

Puesto de acuerdo, quedaron en que el búho daría al burro una lección diaria durante un año.  Pero como el burro es burro, después de la primera semana llegó a la conclusión de que ya era suficiente y que no necesitaba más.

A los pocos días, el burro se encontró con el chancho y se ofreció a educarlo; el obeso animal aceptó con agrado.

Pero después de la primera clase creyó que ya había aprendido lo suficiente y decidió andar por el mundo impartiendo su cultura a cuanto ignorante encontraba.

La misma destreza para aprender que el burro creía tener, creyó tener el pobre chancho, que después que abría el hocico para hablar, todo el que lo escuchaba estallaba en risa.  El chancho lejos de ofenderse, creía que los animales se reían para agradecerle sus clases convencido como estaba de que lo hacían porque no podían aplaudir.


Castell d’ieri, 26 de Setiembre de 1997

“Es mejor aprender del original que de la copia”




EL OSO, EL ZORRO Y LA ARDILLA

Pasaba un zorro por una cueva cuando vio que un oso descansaba a  pata tendida, y junto a él una enorme colmena de la cual manaba una pegajosa miel.

-      ¡Caracoles!, dijo el zorro, ese sí que es un delicioso manjar; aprovecharé que aquel oso tonto está profundamente dormido y me llevaré su miel.

Cuando el oso despertó horas después, le dio un patatús que lo tuvo postrado varios minutos.

-      ¡Dios mío! Qué haré ahora, dónde está mi colmena, gritó el enorme animal haciendo que las gruesas paredes de la cueva retumbaran.

Mientras tanto, el zorro se encontraba no muy lejos de ahí disfrutando de su robo.  Una imprudente ardilla que jugaba en un árbol cercano, no pudo resistir a su curiosidad y se acercó temerariamente hasta el lugar donde estaba el zorro.

-      ¿Qué comes, amigo zorro?, preguntó con ingenuidad el pequeño roedor.
El zorro sin responder a la pregunta tomó por sorpresa a la ardilla y le dijo:

-      En vez de querer saber qué como, deberías preguntarme a qué hora te voy a comer, dijo sonriente el animal.

Para suerte de la ardillita, las pisadas del oso se escucharon cerca de ahí poniendo en alerta al zorro quien rápidamente propuso a la ardilla el siguiente trato:

-      Esconderé este panal detrás de estos matorrales para que aquel tonto no sospeche que yo he tomado su miel, y si mantienes la boca cerrada y no me denuncias, te dejaré libre y salvarás tu vida.

La ardilla aceptó el trato, ero cuando apareció el oso, denunció al zorro de inmediato.

El pequeño roedor hizo bien, pues, se dio cuenta que aquel sinvergüenza no era de fiar, pero sobre todo la ardilla, no sabía lo que era mentir.

Castell d’ieri, 20 de Setiembre de 1997

“Quien presume de astuto y trata de tontos a los demás, siempre encontrará a alguien que le demuestre lo contrario”.




EL MENDIGO Y EL HOMBRE GENEROSO

Se paseaba un hombre por un parque en compañía de una linda muchacha, cuando vio que un mendigo le alcanzaba un raído sombrero para que le diera una limosna.

El hombre extrajo de su bolsillo unas monedas y las echó en el sombrero diciéndole:

-      Tenga este dinero buen hombre y cómprese algo de ropa.

La muchacha que iba con el hombre se sintió contenta por el gesto de su acompañante y le dijo cariñosamente:

-      Eres un hombre muy generoso.
El hombre se sintió  muy halagado y se limitó a devolverle el cumplido a la muchacha con una sonrisa.

Otro día volvieron a encontrar al mendigo y el hombre volvió a repetir la acción anterior.

-      Tenga este dinero buen hombre y cómprese algo de comer.

El hombre esperó la frase de halago de parte de la muchacha con el mismo entusiasmo con que un perro mueve la cola cuando el amo le frota la cabeza.

Pero sucedió que un día el hombre pasó por donde estaba el mendigo, pero esta vez se encontraba sin la muchacha.  El mendigo al verlo estiró el sombrero pero el hombre continuó su camino sin mirarlo.

El mendigo pensó que el hombre estaba distraído y que de seguro o lo había visto.  Otro día el hombre volvió a aparecer y nuevamente el mendigo lo vio pasar sin que se detuviera para darle una limosna.  El limosnero llegó a la conclusión que mejor era mudarse de lugar y se marchó.  Un día el hombre volvió a aparecer con la muchacha y al llegar al punto en que siempre estaba el pordiosero, sacó unas monedas y se puso a buscarlo con la mirada pero aquel ya no estaba.

-      No te preocupes, dijo la muchacha, la intención es lo que vale.

El hombre se sonrió y guardó sus monedas.

Castell d’ieri, 17 de Setiembre de 1997.

“No seamos generosos para los ojos de los demás, sino para los ojos de Dios.



LA CABRA EXTRAVIADA

Un cabrero cuidaba  cuarenta cabras las cuales acostumbraban pastar junto a un río del cual también aprovechaban sus aguas para calmar su sed.


-      Vamos, muchachas, apúrense, pues, quiero regresar temprano para el almuerzo, les decía el pastor.

Mientras los animales se regocijaban arrancando con sus fuertes dientes los tiernos pastizales, el hombre acostumbraba echarse sobre la hierba donde muchas veces el sueño lo vencía.

Una de esas mañanas el cabrero se quedó profundamente dormido y, al despertar comenzó a contar sus cabras como de costumbre.

-      Un, dos... quince,...treintainueve... ¡Qué!, gritó el cabrero corriendo de un lado a otro, buscando inútilmente la cabra que faltaba.  Ahora qué haré, seguía lamentándose, dónde se había metido aquel bendito animal.  Ahora el dueño de las cabras me castigará.

La incertidumbre y el desconcierto, sumado a su desesperación, agravaron más su angustia.  Por fin tomó la decisión que creyó más acertada.

-      Bueno, ustedes están bien aquí, no se muevan pequeñas, yo iré en busca de su hermana.

Dicho esto, el cabrero recorrió gran parte del río pero no encontró a la cabra.  Después de una hora de búsqueda angustiosa, el animal apareció junto a una higuera, disfrutando de los aromáticos higos que de maduros, se habían desprendido del árbol.

-      ¡Hum! Te encontré cabrita, dijo con alegría el pastor; para luego ponerla sobre sus hombros y llevarla de regreso con las otras.

Cuando el hombre llegó hasta el rebaño se percató que lo estaba esperando el dueño de las cabras.

-      Estás despedido, gritó el hombre muy colérico.  Eres un haragán y un irresponsable.

Y al ver que traía consigo una de las cabras, agregó:

-      ¡Ajá!, y encima ladrón no...

Para felicidad del pobre hombre, el dueño de las cabras supo comprender las razones que este le dio.

-      Estas treintainueve cabras no necesitaban de mi tanto como la que estaba extraviada, por esa razón decidí ir en su busca.  Por eso al encontrarla me dije “Alégrate por haberla encontrado” y eso me hizo feliz.


Castell d’ieri,  21 de Setiembre de 1997


“Saber escuchar las disculpas es propio de los hombres justos”.





EL VIENTO  Y LAS HOJAS

Alegres se encontraban más hojitas disfrutando de un suave vientecillo cuando decidieron cantar una canción primaveras.

Bienvenida la alegría
que me llega en la mañana,
bienvenida es esta brisa
que me arrulla noche y día.

Así estuvieron las hojas toda la mañana hasta muy entrada la tarde:  juguetonas, bromistas y alborotadoras.  Cuando ya la luna anunciaba su llegada y el astro rey anunciaba su parida, el viento comenzó a cantar.

Ya está bueno de sus juegos
vamos todos a dormir
que otros árboles me esperan
y ya tengo que partir

¡Qué has dicho, entrometido!, gritó una enorme hoja.

¡Quién necesita de ti, tonto un pertinente!, exclamó muy molesta otra hoja que se hallaba cerca de la copa del árbol.

Un gran número de hojas estuvieron quejándose durante un largo rato, haciendo que el viento se pusiera de malhumor.

-      Qué ingratas que son ustedes, pequeñas engreídas, dijo el viento mostrando su fuerza para que ustedes logren alcanzarse unas con otras y puedan cantar, y disfrutar del placer de sentirse unidas.

El viento se marchó resentidísimo y al otro día no apareció en el campo.

¡Qué pasa, no podemos juntarnos ¡ gritó una hoja de bordes lobulada.

-      ¿Por qué no nos movemos!, dijo una hoja oval

-      Y ahora que haremos, exclamaron todas juntas un grupo de hojas dentadas.

Así estuvieron todos los días las ingratas hojas, lamentándose de la ausencia del viento, de aquel amigo que siempre les brindaba su energía para que ellas pudieran ser felices.  Cuando llegó el otoño, el viento apareció para barrer a todas aquellas hojas que yacían al pie de los árboles, chamuscadas y sin vida.


Castell d’ieri, 16 de setiembre de 1997.


“La ingratitud nunca ha de tener recompensa alguna.




EL  ATLETA, EL CABALLO Y LA HORMIGA

Después de haber participado en una carrera, un atleta recibió una corona de laureles por haber obtenido el primer puesto.

-      Ahora esperaré por mi caballo, que seguro obtendrá un premio similar al mío, díjose el atleta inflando el pecho para que todos los asistentes a la carrera lo escucharan.

Y el atleta no se equivocó, pues, el semental ganó por muchos cuerpos de ventaja.  Horas después, ambos triunfadores descansaban al pie del un árbol.  A los pocos minutos, vieron aparecer a una hormiga que con gran esfuerzo transportaba una hoja.  El hombre al verla, decidió bromear con ella, para lo cual empezó a soplar haciendo que el pequeño insecto perdiera el equilibrio y dejara caer la hoja.

-      Buen entretenimiento han escogido este par de tontos, se dijo la hormiga muy enfadada.  Pero lo mejor será o hacerles caso y seguir con m labor.

Al otro día, durmiendo en sus laureles, hombre y caballo descansaban en el mismo lugar por donde transitaba la hormiga.

Al verla aparecer, el hombre volvió a molestarla con su soplo, pero esta vez el insecto reaccionó de mala manera.

-      Oye, tú, zonzo, quién te has creído para venir a interrumpir mi trabajo de esa manera.  Crees que porque tú y tu caballo han obtenido esas coronas de laurel ya se siente más que cualquiera.

El caballo trató de interrumpirla, pero la hormiga lo apagó de un solo grito.

-      Y tú, será mejor que no intervengas caballuno, sepa Ud. señor que yo  trabajo todo el día llevando hojas a mi hormiguero, prosiguió la hormiguita; y no hago tanta ostentación como ustedes, ociosos desvergonzados.

El hombre empezó a perder la calma, pero un gran número de hormigas rojas lo hicieron alejarse del lugar sin refutar ni una sola palabra de las  que le había dicho la hormiga.

Castell d’ieri,  de junio de 1997


“Hay quienes disfrutan de mayores méritos para ser premiados y sin embargo no lo son”.




LAS VICUÑAS

Una joven vicuña decidió un día separarse de su familia porque quería más libertad que la que tenía.  La madre acongojada por la partida del hijo, tuvo que acceder a la petición de ésta.

-      Me da pena que te marches, hija mía, dijo con voz triste la vieja vicuña, pero no puedo hacer nada para detenerte, pues no puedo ir contra tu voluntad.  Ya eres grande para decidir por ti misma que es lo que quieres así que puedes partir cuando lo juzgues conveniente.

Una fría y lluviosa noche la vicuña descendió de la montaña dejando atrás a su madre y a su hermana.

-      No te preocupes madre, dijo la vicuña más pequeña, yo cuidaré de ti y recogeré de los campos las hierbas más tiernas para que te alimentes.

Pasó el tiempo y la vicuña regresó al lugar donde estaba su madre.  Pero ahora ya no lucía el semblante que tenía cuando partió.  Estaba flaca y lucía una gran herida en el lomo, producto del ataque de un puma.  La vieja vicuña recibió a la recién llegada con gran emoción y con mucho esmero curó sus heridas.  Dióle de comer de las más verdes y tiernas hierbas que tenía a la mano, provocando los celos de la vicuña más pequeña.

-      Me decepcionas madre, dijo la joven vicuña.  Recibes a mi hermana con gran alegría y encima la agasajas con el alimento que tanto me ha costado traerte.  Después que te abandonó la haces merecedora de tu cariño, más del que me brindas a mí que siempre he estado a tu lado y nunca te he desamparado.

La vieja vicuña lamió suavemente los labios de la ofendida y el susurró al oído con tierna voz.

-      Hija, tú estás siempre a mi lado y eso me ha mantenido viva hasta ahora porque tu estás viva, pero tu hermana estaba como muerta en mi corazón debido a su a su ausencia; pero ahora que ha regresado es como si hubiera vuelto a la vida. Estoy segura que a ti te hubiera ido mejor porque tienes más fuerza que ella a pesar de ser menor.  ¿No debo alegrarme de haber recuperado a mi hija?, concluyó la madre.

La pequeña vicuña se dio cuenta que había sido egoísta y no había pensado en la felicidad y tranquilidad de su madre.  Aquella noche, cuando el claro celaje andino dejara translucir un gran número de estrellas, los tres auquénidos descansaban plácidamente, sobre la hierba que las había visto nacer y que ahora las unía nuevamente.


Castell d’ieri,  20 de Setiembre de 1997.


“Los más débiles requieren un poco más de atención que los más fuertes”.




EL PERAL, EL HORTELANO Y LOS CUERVOS


Dentro de un huerto crecía un peral que siempre andaba discutiendo  con los otros árboles del huerto.

-       Eres un vanidoso peral, le reclamaba el manzano, siempre andas vanagloriándote de la firmeza de tus ramas.

-      No hacer más que hablar de ti todos los días, sonaba la voz ronca del níspero.

-      Ya no soporto que a cada momento estés hablando de tus flores, se quejaba el palto.

El peral, a pesar de todas estas llamadas de atención, siguió alabándose a sí mismo en toda oportunidad que se le presentaba.

-      Lo que pasa es que me tienen envidia, pues, saben que hasta las aves vendrán  adorar mis tiernas y dulces peras, decía el árbol lleno de vanidad.

Cuando llegó la época de la cosecha, el hortelano se llegó hasta el huerto a recoger la fruta.

-      ¡Qué buenas naranjas!  Dijo el hombre cuando se llegó hasta un naranjo. ¡Y qué deliciosas manzanas! Y lo mismo digo de estos nísperos y de estos paltos y de estas.... ¡Qué!, gritó el hombre exaltado ¿Dónde están los frutos del peral?

El peral encogió sus ramas avergonzado, pues, sus frutos se hallaban carcomidos por los cuervos, que todas las tardes caían sobre él

-      ¿Qué puedo hacer? se lamentaba el peral  Mis fuertes ramas no me sirven para alejar a aquellas negras aves que destrozan y devoran mis frutos sin piedad.

Si bien ningún otro árbol le deseaba el mal, todos entendían que aquel soberbio y presumido peral estaba obteniendo lo que merecía.

Pero el hortelano fu tan comprensivo, pues a las pocas semanas, taló aquel peral que no daba frutos y ocupaba espacio.


Castell d’ieri, 10 de Setiembre de 1997.


“Siendo modestos, nos ganamos el cariño y el respeto de los demás”.




EL MONO, LA TORTUGA Y EL BÚHO

Estaba  un mono descansando en lo alto de un árbol cuando vio pasar a una tortuga que trataba de atrapar una araña.

-      ¡Ji, Ji, Ji,! Reíase el mono estruendosa-mente  de la lentitud de la tortuga.  Qué tonta eres amiguita, si piensas que lograrás alcanzar a aquel insecto.

Un búho que volaba cerca de ahí logró escuchar la escena por lo cual, parado sobre una piedra, decidió intervenir.

-      No he podido dejar de escuchar sus palabras señor mono y creo, sin lugar a equivocarme, que esta pequeña tortuga podría vencerlo fácilmente en una competencia.

El mono sintió que los pelos se le erizaban por aquello que consideró una burda ofensa.

-      Puedo vencer a esta tonta tortuga aunque le diera varios metros de ventaja, dijo el ofendido

-      Esto se pone interesante amigos, dijo el búho acomodándose sus anteojos y frotándose las alas en señal de entusiasmo.

Puestos de acuerdo, los contendores deberían recorrer una corta distancia saltando algunas pequeñas piedras que el búho colocó a manera de obstáculos.

Dada la partida y como era de esperar, el mono de unos cuantos trancos recorrió el tamo acordado.  La tortuga demoró más de siete veces con respecto al tiempo que hizo el simio.

-      Bien, gritó el mono mientras daba unos acrobáticos saltos, ahora quiero mi premio.

El búho volvió a acomodarse los anteojos y luego agregó

-      Un momento amigo, el premio será para quién logre responder la siguiente pregunta.  ¿Cuántas piedras, había en el camino?

El mono se rascó la cabeza con una y otra mano sucesivamente sin poder responder.

La tortuga, con suma tranquilidad, respondió.

-      Han sido veintidós piedras, señor búho, eso lo recuerdo bien.

La tortuga recibió el premio con humildad, mientras el simio no lograba reponerse del chasco sufrido.  El pobre mono se dio cuenta con aquella lección de que por ir a gran velocidad no había logrado percatarse de todo lo que había en su camino.

Castell d’ieri, 12 de Octubre de 1997.

“No por ir muy de prisa se logran los éxitos”.




EL GALLO Y EL ASNO

Dormía un asno entre unos matorrales, cuando de repente, el canto de un gallo lo sacó de su letargo.

-      ¡Hum!, quien será ese que canta tan temprano.  Iré a investigar.  Al poco rato, el asno llegó hasta el corral en que el efusivo emplumado no cesaba de estirar el pescuezo para emitir sus matinales cantos.  De improviso, el asno vio como por la puerta del corral aparecía la figura de un hombre que llevaba en una cesta una buena cantidad de granos de maíz.

Después de acariciar al gallo, el hombre comenzó a alimentarlo, dándole de comer los granos de su propia mano.

-      ¡Caracoles!, dijo el asno.  Eso sí que está bueno.  Esa es una buena forma de obtener alimento sin mucho esfuerzo.

Al otro día, muy temprano, el asno se acercó al corral antes de que el gallo cantara y, dándole una patada, lo sacó del gallinero dispuesto a tomar su lugar.  Luego de calcular la hora en que el plumífero acostumbraba cantar, el asno empezó a rebuznar con todas sus fuerzas provocando, como era de esperar, la alarma entre los vecinos.

El hombre dueño del corral asomó la cabeza por una ventana.  Al verlo, el asno esbozó una amplia sonrisa y estiró una de sus patas en señal de que esperaba su recompensa.

-      Ahora muchacho, se dijo a sí mismo, a esperar la comida y luego a dormir.

El hombre apareció con un enorme garrote., y luego de darle una furibunda paliza al pobre asno, fue a auxiliar a su maltrecho gallo quien había perdido gran parte de sus plumas por el ataque recibido por parte de aquel que había pretendido ocupar  su lugar.
El asno corrió lo más que pudo a pesar de la golpiza recibida, sin poderse explicar lo sucedido.

Castell d’ieri,  31 de Octubre  de 1997

“No nos esforcemos por imitar a otros y tratemos de ser nosotros mismos”.




EL GALLO ABUSIVO

Vivía en una granja un enorme gallo que desde pequeño empezó a exhibir un espléndido plumaje multicolor y una tupida cola, a la cual el sol tendía a arrancarle destellos amarillos, verdes, rojos y azulinos.  Sus patas eran tan grandes como una mano, y sus negros espolones eran filosos como una navaja.

-      ¡Gallo sinvergüenza, abusas con nosotros porque somos débiles, pero ya te encontrarás con la horma de tus enormes patas, sonaba la vocecilla de un joven pollo.

Pero el gallo, que tanto gustaba en sus primeros años de las gallinas, comenzó a atacarlas sobre todo cuando intentaban usurpar su trono, la percha más alta del gallinero.  A los pobres pollos los picoteaba cuando osaban tomar del comedero la más mínima porción de maíz antes de que él terminara de comer.

Por más que los pollos dejaron de serlo para convertirse en unos soberbios gallos de cresta y barba escarlata y cola irisa, el viejo gallo siguió alborotando el corra, golpeando el suelo con sus patas y siseando en forma amenazadora.

Una noche unos jóvenes y escurridizos mapaches cavaron unos túneles y se introdujeron en el corral atacando a cuanto plumífero encontraban en su camino.  Uno de los mapaches se encontró cara a cara con el gallo abusivo quien sólo atinó a refugiarse en un rincón a la espera de lo peor.  Cuando ya el intruso tenía al gallo entre sus garras y amenazaba con cercenarle la cabeza, un grupo de jóvenes gallos apareció provocó tal alboroto que el inexperto mapache se desconcertó; de ello se aprovechó el gallo para escapar de sus garras.

Ante aquel remolino de plumas que volaban de un sitio a otro hizo que el mapache se asustara y huyera de aquel lugar tan rápido como sus patas se lo permitieron.  El gallo, sorprendido por el accionar de aquellas aves a quienes tanto había hostigado y maltratado, se sintió avergonzado.  Los jóvenes gallos al ver que el viejo gallo no atinaba  a hacer nada, le facilitaron la situación, abrazándolo con sus alas para que se sintiera protegido.

Desde ese día, el gallo viejo no dejó de ayudar en las labores del corral, demostrando que también podía ser humilde y buen amigo.


Castell d’ieri,  26 de octubre de 1997


“Nos sorprendemos cuando el auxilio nos viene de aquellos a quienes muchas veces hemos hecho daño”.




EL ARCE Y LA CONEJA

Llevada por algún pajarillo travieso, una  semilla de arce cayó en la orilla de un espeso bosquecillo de sauces.  A los pocos días la simiente comenzó a brotar para dar paso a un enclenque arbolito.  Pero he ahí cuando empezó la lucha del pequeño arce por alcanzar la luz del sol, aquella energía vital que sólo el astro rey podía brindarle.

Cuando el arce se sentía desfallecer ante la tupida vegetación que le cerraba el paso, se escuchó la voz de una corneja.

-      ¡No te pongas triste, amigo, yo te ayudaré a salir de este aprieto.  Te guiaré hasta donde están los rayos del sol y eliminaré con pico todas aquellas hoyas y ramas que obstaculicen tu camino.

Fue así como día tras día la gentil corneja fue quitando las innumerables hojas de cauce para que el arce pudiera inclinarse hacia el lado derecho donde se reflejaban los rayos solares.  Al alcanzar los 30 centímetros logró torcerse noventa grados y comenzó a crecer horizontal-mente en dirección del haz de luz.

La pobre corneja, infatigable, continuaba su diaria lucha contra los arbustos enredaderas y hojas de sauces que se desarrollaban con mayor rapidez que el pequeño arce.

Cuando el arce alcanzó os sesenta centímetros, las plantas rivales y las hojas de los sauces del contorno ya habían ocultado la mancha luminosa.

Sin disminuirse, el arce y la corneja continuaron en su empresa, evadiendo y arremetiendo con fuerza y entusiasmo contra la maleza.  Esta heroica odisea duró cerca de tres largo años y ni el árbol ni el ave titubearon en alcanzar el triunfo, aquel triunfo que para el arce significaba el sendero hacia la libertada y la vida.

El arce había alcanzado el metro y medio y ahora sí que podía disfrutar de los rayos del sol.  Era un árbol torcido, pero en ese defecto, estaba reflejado el ímpetu y el valor de dos seres que unieron sus fuerzas para la subsistencia de uno de ellos.

Castell d’ieri, 25  de Octubre de 1997

“La perseverancia y el valor nos encaminan hacia la victoria”.




EL GATO Y EL PEZ

Una ancianita tenía un hermoso gato de angora a quien mimaba a cada momento, no sólo por las caricias constantes que le brindaba al minino, sino por la abundante alimentación que le daba diariamente.

-      Estás muy subido de peso, bigotón, si sigues comiendo así vas a reventar como un globo.
El engreído animal se limitaba a ronronear y a dejar escapar uno que otro maullido conocedor de que esto agradaba a la viejecilla.

Una mañana la anciana regresó de hacer sus compras trayendo consigo una pequeña pecera en cuyo interior un pequeño pez dorado nadaba alegremente.  Desde ese día la anciana se pasaba largas horas observando las piruetas que el pececillo daba alrededor de la esfera de vidrio.

Esto provocó los celos del gato quien no perdía una oportunidad para subirse hasta la mesa donde estaba la pecera y meter la pata buscando atrapar al pececito, quien algunas veces sentía las filudas uñas rasgar su delicado cuerpo.

Un día el gato perdió el equilibrio y vino a dar en el piso con pecera y todo haciendo que ésta se hiciera añicos.  La anciana, alarmada, acudió presurosa y grande fue su sorpresa al ver que el pez daba saltos, o sólo por estar fuera del agua, sino para evitar las embestidas del minino quien se mostraba afanoso por engullírselo.

De dos certeros escobazos –algo que nunca había hecho- la viejecilla puso en fuga al gato sinvergüenza y logró poner a tiempo al pobre pececillo dentro de una jaula de vidrio.

La anciana, comprensiva y bondadosa como era, perdonó al gato, el cual, lejos de mostrarse ofendido por los escobazos, supo aprender la lección y nunca más volvió a importunar al pez a pesar que cada vez que lo miraba no podía evitar el pasarse la lengua por la boca.


Castell d’ieri,  31 de Octubre de 1997


“Debemos tener bien en claro de lo que se nos está permitido y lo que no”.




EL COCODRILO Y EL ARMADILLO

Un cocodrilo dormitaba cómodamente en la ribera de un río cuando se le acercó un armadillo y le dijo:

-      Oye, viejo, no es posible que unamos nuestras fuerzas, caemos juntos y podamos así dividirnos el alimento.

El cocodrilo, veterano cazador, le contestó de inmediato.

-      Lo dudo amigo, no creo que cuentes con las armas apropiadas ni que tengamos los mismos gustos.

El armadillo insistió, pero el cocodrilo no cambió de opinión.

-      ¡Bah!, lo que pasa es que eres un egoísta que no te gusta compartir ni tu fuerza ni tu experiencia.

El reptil se sintió herido en su amor propio, por lo que decidió aceptar la proposición del armadillo.

-      Está bien, haré lo que me pides, manos a la obra.

Juntos marcharon un buen trecho hasta que encontraron un grupo de ciervos que bebían a orillas del río.

-      Bien, veo que estamos de suerte, amigo armadillo, dijo el cocodrilo mientras se iba introduciendo en la corriente de agua.

-      Un momento, gritó alarmado el armadillo.  Yo no sé nadar, así que mejor esperaré a que cruces tú.

El cocodrilo logró capturar a un desprevenido ciervo y lo trajo hasta donde esperaba su compañero de caza.

-      Oye, exclamó el armadillo, yo no tengo dientes, soy un desdentado, cómo esperas que coma carne.

El cocodrilo se sonrió y le dijo:

-      Lo siento amigo, pero como yo o como frutos es mejor que nos separemos.

Mientras el viejo saurio se deslizaba por entre las aguas del río, satisfecho ya su apetito, el armadillo se dio cuenta que sino se daba prisa pronto oscurecería y se quedaría sin comer.

Castell d’ieri,  15 de Setiembre de 1997


“El ocioso busca siempre vivir del trabajo de otros”.




EL PESCADOR AMBICIOSO

Subidos en sus pequeños botes de remos dos pescadores se lanzaron al mar dispuestos a llenar sus redes de peces.

En pocos minutos, ambos lograron atrapan gran cantidad de especímenes.  Uno de ellos decidió proveerse de una red más grande con la finalidad de hacerse de una cantidad mayor.

-      Ten cuidado, le dijo el otro, no vaya a ser que no puedas subir todo el cargamento en tu pequeño bote.

El aludido, pensando que el otro pescador le decía eso sólo por envidia, o hizo caso alguno y siguió llenando el bote el cual a duras penas logró mantenerse a flote.

Al día siguiente, el pescador volvió a repetir la maniobra y nuevamente el bote resistió el cargamento a duras penas.

-      Recuerda lo que te he dicho, amigo, corres el peligro de hundirte.  Lo que me preocupa es que ni tú ni yo sabemos nadar.

-      Cállate ya, contestó el obstinado pescador de mala manera. Yo sé lo que hago, así que será mejor que cierres la boca de una vez.

Estimulado por las cuantiosas ganancias que obtenía con las ventas de sus peces, el ambicioso pescador continuó sobre cargando al ya endeble bote.  Un día la pequeña embarcación no resistió la excesiva carga y comenzó a hundirse.  De nada sirvieron los gritos de auxilio del pescador, quien en pocos minutos desapareció entre las aguas salinas sin dejar rastro alguno.

-      Pobre infeliz, dijo el amigo.  Tuvo el final que él mismo se había buscado.


Saint Etient, 14 de Noviembre de 1997


“La ambición nos hace sordos a los sabios consejos”.




EL AVICULTOR Y EL CAZADOR

Renegaba un avicultor por el hecho de que todas las mañanas sus corales amanecían con muchas aves regadas por el piso, en cuyos cuerpos certeras dentelladas delataban el ataque de algún ladrón nocturno.  Cansado de esta situación, el hombre recurrió a los servicios de un cazador de la región.


-      Oiga usted, amigo.  Ya estoy harto de ver como ese sinvergüenza da muerte a mis gallinas y a mis patos sin que yo pueda hacer nada.  De nada valen las innumerables trampas que ha colocado, el muy astuto sigue haciendo de las suyas.

El cazador, que tenía varios perros especializados en cazar conejos, zorras, comadrejas y otras alimañas, dijo al atribulado avicultor:

-      No se preocupe buen amigo, ve usted estos hermosos perros, bien, pues, ellos acabarán con ese bicho malévolo que tanto daño le está causando a su economía.

Después de llegar a un acuerdo, el hombre se fue a dormir con la firma esperanza de que sus aves quedaban a buen recaudo en manos del cazador.  Al día siguiente, el corral daba un espectáculo escalofriante, pues, más de un centenar de aves de todo tipo aparecían regadas por doquier, víctimas de los certeros ataque s de los perros quienes habituados a la caza, habían atacado a los indefensos plumíferos.


-      ¡Dios mío! Gritaba el pobre avicultor, estos perros han causado más daño en una noche que aquel atacante nocturno en mil días ¡Ay!  Ahora qué haré.

A poca distancia de ahí, dos pequeñas comadrejas observaban la escena convencidas que aquella noche podrían incursionar como de costumbre en el corral, sin que aquello feroces perros inoportunen su incursión.

Saint Etienne, 22 de Noviembre de 1997


“A veces es mejor resolver por nosotros mismos nuestros problemas”.





EL PAVO REAL Y LOS CISNES

Un hombre tenía una casa con un enorme estanque en el cual nadaban dos bellos cisnes negros.  Las aves enredaban sus larguiruchos cuellos mientras nadaban plácidamente casi todo el día.

Cierta mañana apreció el hombre con una enorme jaula provocando la curiosidad de los cisnes, quienes escondidos tras unas plantas husmeaban muy atentos el contenido de la jaula.  A los pocos minutos vieron aparecer aun pavoreal cuyo colorido plumaje realzaba junto a su majestuosa manera de andar.

Al para los días, el pavoreal había notado la admiración que aquellas pescuezudas aves provocaban en su dueño.  Celoso de los cisnes negros del estanque del jardín, el pavoreal comenzó a chillar furiosamente despertando al hijo de su dueño quien dormía dentro de la casa.

El hombre, que tenía un oído muy sensible, dio un respingo y dijo olvidando su habitual prudencia.

-      Ese avechucho chilla como una ancianita der mal genio.  Ya ha despertado al niño.

-      Es muy bella esa extraña ave, dijo su mujer pero o entiendo cómo puede emitir ese sonido tan horrible.  O pones solución al asunto o te deshaces de ella, sentenció la en colerizada mujer.

El hombre le habló de mil maneras, pero el pavoreal estaba decidido a seguir haciendo de las suyas hasta que se llevara a los cisnes a otra parte.

-      Pero qué haré, decía el hombre muy desesperado, ese animal me ha costado una fortuna.  No puedo arrojarlo de la casa así porque sí.  He tratado de venderla, pero nadie soporta sus chillidos.

Ese es tu problema, querido, respondió la mujer, pero te aseguro que esta noche esa ave chillona no dormirá aquí en la casa.

Aquella noche mientras cenaban, la mujer dijo a su marido:

-      Eres un amor, querido mío, primero me complaces deshaciéndote  de esa ave y ahora me regalas con este delicioso puchero de gallina.

La mujer besó a su marido, mientras sus manos jugueteaban debajo de la mesa con una colorida pluma de pavoreal.


Saint - Etienne, 30  de Noviembre de 1997.


“No es bueno abusar de la paciencia de las personas, pues, tarde o temprano esta se agota”.




EL ABUELO Y EL NIETO

Paseaba un anciano por un bosque en compañía de su nieto, cuando se toparon con un perro que escarbaba en la tierra con fogosidad.

-      ¿Por qué ese perro hace hueco en la tierra, abuelo?  Preguntó el niño.

El anciano, señalando el lugar donde se hallaba el animal, respondió:

-      Lo hace para  enterrar ese hueso que ves ahí, para que ningún animal lo encuentre y se lo quite.

Más adelante, encontraron unos pájaros de colas ahorquilladas y alas largas que juntaban ramillas.  Entonces el niño preguntó:

-      Dime, abuelo, ¿Qué están haciendo esos pájaros?

-      Construyen sus nidos en la copa de este árbol para poner ahí sus huevos.  Son golondrinas y seguro que la hembra ya va a depositar sus huevos.

-      ¿Y por qué tienen que construirlos en lugares tan altos? Volvió a interrogar el niño.

-      Es para evitar que algún animal pueda llegar hasta ellos y comérselos, respondió el anciano.

Ambos continuaron su camino recogiendo flores, mirando insectos y todo tipo de pequeños animales que abundaban en el lugar.

El parpar de una enorme bandada de patos que volaban oscureciendo el cielo, llamó la atención del niño.

-      ¿Por qué vuelan tan alto esos patos, abuelo? Dijo el niño mirando el cielo.

-      Para evitar ser alcanzados por los disparos de algún cazador irresponsable, nieto mío, respondió el anciano.  Hay muchos cazadores que encuentran diversión en la muerte de esas inofensivas aves y las matan alegando que es por deporte.

El niño se quedó pasmado al escuchar estas palabras y, recordando al perro que enterraba el hueso y a las golondrinas que construían sus nidos, comprendió que el peligro podía aparecer en cualquier momento y que ante ello había que estar siempre alerta.

Saint - Etienne, 15 de Diciembre de 1997.


“Es bueno prevenir a los niños sobre los posibles peligros con que se pueden encontrar”.




LOS CAZADORES

Estando en safari, dos cazadores decidieron tomarse un descanso para lo cual se sentaron a la sombra de un cocotero.

-      Este calor es insoportable, dijo uno de ellos.  Ya llevamos varios días y hasta ahora no cazamos ni una mosca.

-      No seas impaciente, contestó el otro, la paciencia tiene su recompensa.  No tardaremos en encontrar una buena pieza, la eliminaremos y la llevaremos como trofeo.

Luego de beber y comer algo, ambos cazadores continuaron su camino no sin antes revisar que sus armas estuvieran disponibles para cualquier eventualidad.

Después de haber avanzado un gran trecho, uno de los cazadores gritó.

-      ¡Eureka!, al fin encontramos un elefante, ese sí que será un buen trofeo.

Después de avanzar otro tramo, el otro cazador manifestó:

-      Te equivocas, amigo, no es un elefante sino un rinoceronte, la reconozco por ese cuerno inmenso que tiene en a cabeza.

Minutos después y ya más adelante.

-      Debes estar ciego, repuso nuevamente el otro, ese no es un rinoceronte sino un búfalo, o es que acaso no ves que tiene dos cuernos en la cabeza, uno al lado de cada oreja.

-      Sigamos avanzando y saldremos de duda, respondió el segundo.

Minutos después, dijo el primero.

-      Vaya que si nos equivocamos los dos, querido amigo, no es ni mi elefante ni tu rinoceronte sino un simple toro.

De inmediato el otro replicó:

-      Veo que sigues en tu error, viejo amigo, debes hacerte ver por un oculista, no ves que es un robusto carnero.

Y así fueron andando hacia su objetivo ambos cazadores antojándoseles todo tipo de animales aquello que veían, hasta que por fin un pequeño conejo subido sobre una enorme roca los sacó de dudas.
Ambos amigos se miraron sorprendidos y, después de mover la cabeza de un lado a otro, continuaron su camino sin comentario alguno.


Saint - Etienne, 16 de Diciembre de 1997


“Las apariencias pueden resultar engañosas”.




EL BUSCADOR DE TESOROS

En un pueblo vivía un hombrecillo, que si bien no tenía una gran fortuna, tenía lo suficiente como para vivir cómodamente.  Pero una noche, en que dormía a pierna suelta, el sobrevino un sueño en el que lograba encontrar cuantiosos tesoros que lo convertían en el hombre más rico de la tierra.

-      Ese es mi destino, ¡hurra!, gritó el hombre ya despierto.  Invertiré todo lo que tengo y me convertiré en el hombre más rico del mundo.


Y con ese pensamiento el hombre compró las mejores caballerizas que encontró así como todo el material necesario para iniciar su busca.  Anduvo por valles, cañadas, cañones y desiertos; atravesó ríos, pastizales, lagos y mares en busca de los tesoros que lo hicieran un hombre rico.

Pero todo fue vano, pues, no encontró tesoro alguno y todos los que lo vieron pasar, se quedaron asombrados viendo los enormes forados que fue dejando a su paso.

No pasó mucho tiempo, en el que el hombre, viejo y empobrecido, se dio cuenta que su loca empresa no había pasado de ser solo un sueño.

-      En vano he gastado el poco dinero que tenía y ahora me veo sumido en la miseria y el abandono.  Las esperanzas vanas y engañosas son para los tontos como yo.  Los sueños no hacen más que dar alas a los ambiciosos. Por contar con los sueños he estado persiguiendo una sombra durante años; por dejarme guiar por ellos he corrido tras el viento todo este tiempo.

El hombre, sacando fuerzas de ánimo y de espíritu, se dedicó a trabajar con ahínco recobrando la dicha anterior.  Nunca llegó a tener una fortuna, pero en los últimos años de su vida, se alegró de haber recuperado la cordura y dejado atrás sus sueños de riqueza.  Antes de morir, el hombre logró decir en su lecho de muerte:

-      Predicciones, visiones y sueños son cosas vacías.  Si no nos son enviados por Dios, no debemos prestarles atención, porque los sueños engañaron a mucha gente; los que confiaron en ellos fracasaron.


Saint - Etienne, 15 de Diciembre de 1997


“El hombre no debe guiarse ciegamente por los sueños y debe basarse más en su realidad”.




EL LADRÓN Y LA MULA

Huyendo de sus perseguidores, un ladrón se introdujo en un establo donde encontró a una mula que se quejaba por la mala alimentación y por el maltrato físico que recibía.

-      Malhaya sea el destino por haberme dado un amo tan miserable.  Harto estoy de comer paja y cebada, mientras que otras dan buen forraje.

El ladrón, que atento escuchaba los lamentos y maldiciones del animal, creyó que de ese mar tempestuoso podría obtener algún beneficio.

-      Mis captores ya deben estar muy cerca y la única forma de huir de ellos es consiguiéndome una cabalgadura y aunque esa mula esté muy vieja, en este momento está mejor que no tener nada.  Así que manos a la obra.

Dicho esto, el ladrón se acercó a la mula y zalameramente, le dijo:

-      Válgame dios, de dónde ha salido esta belleza de mula, digna de ser cabalgada por un príncipe.

La mula pensó que aquel hombre o era ciego o era un tarado, pues, si bien no se consideraba gran cosa, sabía muy bien que ya estaba bastante trajinada y que su cuerpo lucía gran cantidad de mataduras, producto de las constantes palizas residas por el amo.

-      Me habla a mí, buen hombre, dijo la bestia abriendo los ojos y muy sorprendida.

-      Sí, respondió, aquél, es a ti a quien me dirijo.  Me gustaría llevarte a un lugar donde dispondrás de los más deliciosos manjares dignos de la mula de un príncipe.

Después de convencerla, el ladrón montó sobre la mula y ésta salió del establo tan rápido como sus adoloridas aptas se lo permitían.

Cuando el hombre creyó que ya estaba a una distancia aprudente de sus perseguidores desmontó al animal y luego de darle una furibunda patada, se marchó muy campante.  La pobre mula, sin entender lo que pasaba, tomó el camino por donde había andado y regresó a su establo.  Allí la esperaba su amo quien provisto de un palo le dio una buena paliza por haberse marchado sin permiso.

Saint – Etienne, 17 de Diciembre de 1997


“Por buscar una mejora podemos caer en manos de algún facineroso”




UNAS PLUMITAS

Cansado de andar por todos lados en busca de alimento y no encontrarlo, un mapache aventuróse a incursionar en un gallinero.

Ya estoy harto de estar andando por aquí y por allá como si fuera un vagabundo.  Esta noche, mientras todos duermen, me meteré en este gallinero y me robaré una gallinita, díjose el mapache.

Hors más tarde, el ladronzuelo excavó por debajo de la cerca y se introdujo en el corral con el mayor sigilo posible.  Minutos después, el mapache huía llevándose dos gallinas pechugonas quienes batían las alas desesperadamente tratando de huir de su opresor.

Al ver que ya le resultaba difícil el manejo de la situación, el mapache consideró que mejor sería persuadirlas a través de la astucia.

-      Un momento, muchachas, no se alboroten, sólo quiero que me regalen unas plumas para aparentar ante mis amigos que soy un gran ladrón de gallinas; luego que cada una de ustedes me de unas plumitas las dejaré marchar.

Como las gallinas son ingenuas y medio tonas, creyeron el cuento del mapache, así que dejaron que éste las amarrara con un lazo a sus patas, de tal manera que si trataban de huir les iba a resultar  imposible.  Hecho ya esto, el mapache arrastró a sus víctimas hasta un arroyo cercano donde pensaba darles muerte.  Las exaltadas aves trataban inútilmente de liberarse y en su afán, no hacían otra cosa que enredarse más y más con el lazo.

Un halcón que volaba a media altura vio desde lo alto la escena que acontecía y, raudo y decidido, se lanza sobre una de las gallinas y se eleva.

-      ¡Qué es esto! Dijo el halcón, mientras con gran esfuerzo llevaba a las dos gallinas y al mapache fuertemente unido por el lazo.  Será mejor que me de prisa, pues, ya me estoy cansando con este peso.

El ave rapaz llegó hasta su nido donde su familia lo esperaba hambrienta.

-      ¡Vaya!, que bien te ha ido en  la caza, le dijo al halcón su joven pareja.

El valeroso halcón le guiño un ojo y le contestó:

-      Dale las gracias a este delicioso mapache que me ahorró el trabajo de cazar las gallinas.

Saint - Etienne, 16 de diciembre de 1997


“El engaño mejor elaborado puede dañar a quien lo ha creado”.




EL MOCHUELO Y LOS CONDORES

Cerca de una quebrada anidaba una pareja de cóndores, cuyos pelados pescuezos y fuertes picos les daban un aire de realeza.

Se encontraban felices de sus tiernos polluelos quienes traviesamente asomaban sus pequeñas cabezas copetudas por entre las ramitas del nido.

-      Bueno, muchachitos, dijo mamá cóndor, papá y yo saldremos a dar un paseo y a traerles algo de comer, así que ustedes pueden dormir mientras nosotros regresamos.

Antes de emprender vuelo; papá cóndor agregó:

-      Nada  de salir del nido, el peligro acecha siempre donde uno menos lo piensa, recuerden mi advertencia.

Horas más tarde, un pequeño mochuelo, amigo de los polluelos, asomó su cabeza y con voz grave dijo:

-      ¡Hola!, condoritos, vayamos a cazar ratones, yo conozco un lugar donde encontraremos un gran número.  Vamos, anímense de una vez, no demoraremos mucho, sus padres ni se enterarán de ello.  Los míos también han salido y ni cuenta se darán de mi ausencia siempre y cuando nos demos prisa.
A pesar de la resistencia que los pequeños cóndores pusieron a la proposición del mochuelo, este logró convencerlos gracias a su perseve-rancia.

Inexpertos aún en el arte de planear, los pequeños cóndores y el mochuelo se dirigieron al lugar aquel donde disfrutarían de un gran banquete.  De improviso y sin darles tiempo de reaccionar, un grupo de gavilanes que volaban por ahí, se lanzaron sobre los tres polluelos tomándolos fuertemente ente sus garras.

A poca distancia de ahí, dos majestuosos cóndores regresaban a sus nidos llevando en sus picos lo que creían sería el alimento de sus polluelos.


 Saint - Etienne, 17 de Diciembre de 1997.


“No es nada raro que paguemos cara nuestra imprudencia”.




EL CERDO, LA PALOMA Y LA RANITA

Un cerdo comía una mañana en su chiquero cuando vio que cerca de él descendía una paloma.

Entonces dijo:

-      Dime, tú crees que yo pueda volar como tú.

La paloma se quedó asombrada por la pregunta y viendo que podía obtener algunos granos de maíz si contentaba al animal le contestó:

-      Claro que sí, gordito, lo único que tienes que hacer es llegar hasta el techo que ves ahí y lanzarte.  Pero eso sí, mueve tus patas rápidamente; mientras más rápido las muevas, más alto te elevarás.

Después de darse un banquete, el ave se marchó; lo último que vio antes de alzar vuelo fue al chancho que a duras penas iba llegando al techo de la casa.  Como es lógico, el pobre animal dio contra el suelo con tal estrépito que permaneció inmóvil por espacio de dos semanas.

Luego de un breve tiempo, una ranita apareció por el chiquero dando saltos.  Al verla, el cerdo le preguntó.

-      ¡Hola!  Qué bonito saltas.  ¿Tú crees que yo podría saltar como tú.

La ranita pensó que sólo un tonto con esa mole de carne encima podría ocurrírsele que podría dar saltos; pero al ver las moscas que volaban sobre los tiernos granos de trigo que el cerdo estaba comiendo, le dijo con gran entusiasmo:

-      ¡Uf!, claro que sí cerdito, darás tantos saltos como una pelota, eso te lo aseguro.

De inmediato el cerdo dejó que la ranita comiera todas las moscas que quisiera; comió tantas que se empachó y ya no podía saltar.  A duras penas el batracio llegó a la laguna donde vivía; hasta allí la siguió el empecinado cerdo.

Al ver que no se lo iba a quitar de encima, la ranita le dijo al cerdo:

-      ¡Adiós, amigo!

Y dando algunos saltos con mucho esfuerzo se lanzó al agua y desapareció.  El cerdo creyó que había llegado su momento, así que tomo impulso y dio tal salto que fue a parar de cabeza en la laguna.  La oportuna aparición de su amo, quien al notar su ausencia lo había estado buscando, evitó que el animal se ahogara.

Después de secarlo, el animal recibió tal paliza que cada vez que veía aparecer una  paloma o una rana, corría a esconderse.

Saint - Etienne, 18 de Diciembre de 1997.


“Nunca debes esforzarte en ser otra cosa que tú mismo”.




EL PERRO Y EL GATO

Una joven pareja, habiendo contraído matrimonio recién, fueron a vivir a una casa donde cada uno de ellos decidió llevar consigo a su engreído: el novio un lanudo perro y ella un lindo y pomposo gato.

Los animales, lejos de provocar cualquier tipo de desorden, no tardaron en hacerse buenos amigos.  Todo marchó en armonía hasta el día en que el joven matrimonio decidió comprar una pecera.

-      Se verá estupenda en la sala, dijo la joven

-      Claro que sí, contestó el marido, esta sí que será una excelente compra.

El gato sólo despegaba los ojos del vidrio de la pecera a la hora que se iba a comer o a cazar ratones, pero apenas se desocupaba volvía a echarse junto al pequeño acuario, observando impasible el leve movimiento de los peces de colores.

-      Ya sé, dijo el felino una tarde, le diré al perro que me ayude.  Estoy seguro que no se negará a hacerme este favor.
El perro escuchó atento la solicitud del gato:

-      Mira perrito, yo y esos pececitos que están ahí queremos jugar, pero como los gatos les tenemos terror al agua nos vemos impedidos para hacerlo  ¿Qué podemos hacer?

-      ¡Hum! Eso está muy difícil, contestó el perro sobándose una pata sobre la cabeza.

El gato, lejos de desanimarse, hurgó en su cabeza la solución al problema.  Pasado unos minutos díjole al perro:

-      Saquémosle el agua a la pecera.
Dispuesta así las cosas, el perro trepó hasta la mesa donde se hallaba la pecera y comenzó a beberse el agua de ésta ante la mirada atónita del felino. Insensiblemente el perro logró beberse casi toda el agua; la suficiente como para que el gato lograra atrapar a los pequeños peces.  Pero luego de dar algunos pasos, el perro se desplomó sin vida.

El gato, inmutable, comenzó a dar cuenta de los pececillos, consiente que los dueños de casa culparían al perro.

Saint – Etienne, 26 de Diciembre de 1997


Las ideas insensatas no se consiguen, sino que pueden traernos situaciones irreparables.




EL ELEFANTE Y EL OSO

En cierto lugar habitaba un oso que des veces al año acostumbraba recorrer los pueblos de los alrededores para después de realizar cabriolas, piruetas y algunos bailes, pasar una pequeña tinaja donde la gente lo obsequiaba con algunas monedas con las cuales se compraba miel y pan para alimentarse.

En cierta ocasión fue visto por un elefante, quien tocado por la envidia, recurrió a los servicios de un domador con el fin de que lo adiestrara y así poder montar su espectáculo al igual que el oso.

-      Yo seré más famoso que ese bailarín de pacotilla.  La gente vendrá de todas partes y no sólo me aplaudirán y me darán muchas riquezas, sino que me agasajarán en grandes palacios.

Ensoberbecido hasta el colmo, el elefante inició su aprendizaje día y noche, sin darse un descanso y con la sola idea de triunfar sobre su rival, el oso.

Llegado el día de su debut, el enorme animal, guiado siempre por el domador, causó tal sensación entre la gente que no sólo lo aplaudieron con delirio sino que lo agasajaron con manjares y grandes honores.

Podéis tomar la mitad de mis riquezas, gran hombre, sino hubiera sido por tus sabias enseñanzas, jamás habría podido vencer a ese danzarín.

El domador tomó una cadena y se la colocó en una de las patas y la otra punta la marro a una estaca que clavó en el suelo.

-      De ninguna manera, amiguito, ahora me pertenecen todas estas riquezas.  Tuyos fueron los honores, ya te vengaste, ya te demostraste que eres superior al oso.  Pero ahora te quedarás conmigo, juntos recorreremos el mundo y no sólo me haré rico a costa tuya sino que seré un hombre muy famoso.

El elefante comprendió muy tarde que su destino era la esclavitud y  que quizá cuando el domador decidiera deshacerse de él ya estaría muy viejo para disfrutar los placeres de la vida.


Saint - Etienne, 17 de Diciembre de 1997


“De que vale el placer de las venganza si con ello hemos de perder nuestra libertad”.




LA VICUÑA Y EL GATO

En una casa de campo habitaba una hermosa vicuña blanca en cuyo pecho resaltaba una enorme mancha marrón.

Una mañana en que el animalito comía la tierna hierba que salvaje y libre crecía en el jardín, vio que el gato de la casa trepaba hasta el palomar en busca de las palomas que anidaban y reposaban libres del ardor del sol matutino.

-      No deberías actuar de esa manera, gatito, dijo el auquénido.  No ves que las palomitas están protegidas del calor gracias a esa casita que les han construido.  Además, ahí dentro están empollando sus huevos y si tú las estás molestando no podrán hacerlo como Dios manda.

El  gato la miró altanero y se justificó diciendo que les molestaban aquellas aves tontas que no hacía más que volar y comer todo el día.  La vicuña se dio cuenta que sus palabras y consejos caían en saco roto, así que se marchó y dejó al felino agazapado en la hierba a la espera de que las palomas regresaran al palomar para atacarlas nuevamente.
El tiempo fue transcurriendo hasta el día en que las aves, cansadas de la persecución del gato decidieron marcharse en busca de algún lugar donde pudieran vivir tranquilas.

Tiempo después el dueño de casa compró un perro para proteger la casa de los ladrones.  Ese día terminó la tranquilidad del gato quien la mayoría de las veces, a duras penas lograba escapar de las fauces de aquel can, cuya fiereza, no dejaba dudas sobre la antipatía que le provocaba el gato.

-      Te están dando de tu propia medicina, gatito, dijo la vicuña.  El mismo temor que sientes ahora sentían antes aquellas infelices palomas que tanto gustabas perseguir.  Ojalá la suerte te acompañe, pues, no me agrada verte escapar a cada momento como si huyeras del diablo.

Al igual que las palomas, el gato desapareció un día sin dejar rastro alguno, dejando atrás las comodidades a las que tanto había estado acostumbrado.


Saint - Etienne,  13 de Diciembre de 1997.


“Inútilmente solemos perder nuestras comodidades”.




LA ABEJA Y LA ARAÑA

Una araña tejía su telaraña a una colmena cuando  se le presentó una abeja, quien amenazadoramente mostraba su aguijón.

-      Un movimiento más y te atravieso con mi lanza, dijo la abeja.

La araña, de inmediato y por precaución, cesó de tejer.

-      No puedes tejer cerca de mi colmena, continuó la abeja, esta es mi propiedad y no permitiré que ninguna intrusa venga a importunarme.

La araña, al ver que toda discusión con aquella terca abeja no llegaría a acuerdo alguno, optó por posarse en el centro de su telaraña y esperar a que la abeja la atacase y se enredara en ella.

-      No creas que soy tonta, sé muy bien que buscas atraparme.  No pienso caer en tu juego, quieres que me enrede entre tus hilos para poder comercial, pero ya verás lo que te espera.

Horas más tarde, cuando la araña había salido en busca de alimento, un abejón atacó la telaraña con tal fuerza que la destrozó en breves segundos.  De eso aprovechó la abeja para apoderarse de los huevecillos y llevárselos.  Cuando la araña regresó y se enteró de lo ocurrido, sintió una pena muy grande, pero de inmediato comenzó a tejer su venganza.

-      ¿Cómo podría hacer para capturar a ese insecto volátil si yo no puedo elevarme como ella?

Por el momento, el arácnido tuvo que conformarse con maldecir a quien la había privado de su casa y de sus huevecillos.  Pero como la justicia siempre llega aunque sea después de haber transcurrido mucho tiempo desde la ofensa, sucedió que la abeja ladrona se introdujo en un árbol hueco donde habían crecido un gran número de florecillas de abundante polen.

Al verla, la araña comenzó a tejer con gran rapidez en un extremo del tronco y luego por la salida del otro lado.

La abeja no tardó en percatarse que había caído en una trampa, en un callejón sin salida que la llevaba a un final inevitable.

La araña se marchó, no sin antes mirar a su enemiga por última vez en sus vanos intentos por escapar de la muerte.

Saint - Etienne, 18 de Diciembre de 1997.


“Quien comete una maldad, no tarda mucho tiempo en recibir su escarmiento”.




EL RATÓN AVENTURERO

Un ratoncito, cansado de la vida rutinaria que llevaba, decidió un día tomar sus pocas pertenencias y marcharse en busca de mundo.

-      ¡Adiós!, amigos, dijo a sus vecinos, me voy a recorrer otras tierras, pues, un aventurero como yo deber armarse de valor y seguir su destino.

Todos los ratones que lo escucharon lo aplaudieron y vitorearon con desbordante entusiasmo; no pocos envidiaron la suerte de aquel pequeño ratón que tenia la suerte de disponer de su voluntad a como le viniera en gana.

-      ¿Y a dónde irás, amigo?, le dijo un viejo ratón.

-      ¿Regresarás pronto?, le dijo otro.

-      ¿Viajarás por el mar?, interrogó una ratoncita.

Como toda respuesta se escuchó un sonoro y rotundo...

-      No lo sé, amigos.  Los aventureros como yo nos dejamos llevar por nuestros instintos, pues, por dentro nos corre la sangre del que afronta el peligro, el riesgo y de todo aquello que nos hace diferentes a los demás.

El ratón habló, habló y habló hasta que la lengua se le secó.  Y cuando ya todos estuvieron cansados y aburridos de tanta charlatanería, el pequeño aventurero partió.

Después de varios días de viaje, en los que vio montañas, lagos, ríos, campos, arroyos, bosques, volcanes, lagunas y pantanos, el ratoncillo creyó que ya era hora de regresar porque ya lo había visto todo.  Ahora tendría mucho que contar, había observado tanto que hasta sus nietos podrían disfrutar de una buena charla.  Cuando ya alistaba sus cosas para retornar, descubrió el mar, esa inmensa sábana de agua azulina verdosa cuyas olas encrestadas de espuma blanca llamaron su atención.

-      ¡Miren lo que me iba a perder!, gritó entusiasmado.  Iré a ver como es eso.

Y fue así como el ratoncito se acercó al mal y, para verlo mejor, se subió sobre unas rocas que estaban mar adentro.  De improviso, un pulpo asomó su redonda cabeza y dos ojos curiosos y amenazantes se clavaron en esa pequeña figura de larga cola.

-      ¡Hola!, pequeñito, dijo el pulpo.  Por qué no te vienes a dar un baño y te mostraré mis ocho brazos.

-      ¡Qué!, gritó el ratoncillo lleno de curiosidad, tú tienes ocho brazos, eso no te lo puedo creer.

El pulpo se sonrió, pues ya había encontrado el camino para encontrar su almuerzo.

El molusco sacó tres de sus brazos y el ratoncito se quedó pasmado.  Cuando el roedor se hubo acercado lo suficiente el pulpo sacó otro de sus tentáculos y tomó el animalito por sorpresa.  Luego de engullirlo el pulpo se sumergió, no sin antes decir:

-      Pequeño pero delicioso. Un raro manjar pero muy rico al fin y al cabo.


Saint - Etienne, 19 de Diciembre de 1997


“Debemos trazar nuestro camino con cuidado o siempre estaremos expuestos a peligros desconocidos”.




LA LECHUZA, LAS RANAS Y EL MAPACHE

Una lechuza, cansada de salir a cazar todas las noches, decidió ahorrarse ese trabajo para lo cual decidió esconderse en el tronco de un árbol ubicado en la orilla de un estanque donde vivían una gran cantidad de ranas.

-      Ahora sólo tengo que esperar a que las ranitas salgan y entonces atraparlas con suma facilidad.

Así se estuvo el ave rapaz hasta muy entrada la noche, a la espera de que los batracios salieran a comer.
Todo marchó muy bien, la lechuza tomaba por sorpresa a las ranas que no lograban llegar hasta los matorrales que crecían cerca o a aquellos que a duras peleas, por su peso y su tamaño, lograban dar algunos saltos.

Luego de satisfacer su apetito, la lechuza regresaba a su escondrijo donde pernoctaba hasta el día siguiente a la espera de que llegara nuevamente la noche para volver a realizar la misma faena.  Fueron tantas las noches en que se repitió este ritual, que un mapache vagabundo que pasaba por ahí se detuvo una noche a observar el acontecimiento movido por la curiosidad.

-      Se ve sabrosa, dijo el mapache observando los ires y venires de la lechuza.

Al otro día, ya entrada la tarde, una pequeña sombra se arrastraba sigilosamente hasta llegar al pie del árbol donde se escondía la lechuza.

Cuando la luna sonreía en lo alto de aquel celaje nocturno, las ranas comenzaron a abandonar el estanque en cantidades inimagi-nables, parecía como que el firmamento dejaba escapar las estrellas.
La lechuza, ni corta ni perezosa, emprendió su cacería, pero cuando por tercera vez se lanzó sobre una enorme rana que asomaba la cabeza del agua, el mapache salió de su escondite y la tomó de una de las alas.  En un santiamén el ave fue devorada por el astuto animal, que sólo atinó a decir:

-      ¡Hum! No me equivoqué.  Realmente este pajarito estaba riquísimo.

El croar de las ranas fue invadiendo el aire de armónicos cantares.

Saint - Etienne, 11 de Diciembre de 1997


“Por más listos que seamos siempre habrá alguien que nos supere en astucia”.




EL LORO Y EL SAPO

Caminaban junto a un estanque dos pequeñas ardillas cuando divisaron una encina, cuyas dulces bellotas llamaron su atención.

-      Mira, esta encina da buenas bellotas, dijo una de las ardillas.

Después de comer algunos de los frutos que estaban caídos al pie, los roedores treparon al árbol en busca de mejores frutos.  Grande fue la sorpresa que se llevaron al toparse con un loro que también estaba comiendo bellotas.

-      Salgan de aquí, intrusos, chilló el loro.  Este es mi árbol y no permitiré que ninguna ardilla venga a comer de él.

El loro no dejaba de vocear por lo que una de las ardillas comenzó a contestarle tan airadamente que ya no se entendía lo que ambos animales decía.  Fue entonces que intervino la otra ardilla y, luego de apaciguar los ánimos, descendió del árbol con su amiga.

-      ¡Qué barbaridad!, amiga, como es posible que te pongas de igual a igual con ese hablador.

La otra ardillita, sumamente avergonzada, contestó:

-      Tienes razón, creo que me exalté demasiado, pero no volverá a suceder.

Para calmar mejor los ánimos, los roedores decidieron darse un chapuzón en el estanque.  No bien habían hundido sus patitas en el agua, cuando una cabeza con dos ojos enormes hizo su aparición: era un sapo.

-      Ni piensen que aquí podrán bañarse peludas, este es mi estanque y no permitiré que...

Así se inició la discusión entre la ardilla y el sapo, en los mismos tonos y gestos con que se lió con el loro.  La rápida intervención de la otra ardilla evitó que la discusión llegara a más.

-      Será mejor que me vaya a descansar, díjose la ardilla.  Ya con ese loro y este sapo tengo bastante por hoy día.

Saint - Etienne, 28 de Diciembre de 1997


“Discutir con un parlanchín es avivar el fuego no apagarlo”.




EL ZORRO Y EL COCODRILO

Un cocodrilo había atrapado una grulla y huía hacia el pantano donde habitaba, cuando fue visto por un hambriento zorro.

-      ¡Qué veo, un ladronzuelo que pretende pasar inadvertido.  Bueno zorrito, es hora de poner a prueba nuestra astucia.

El zorro se acercó al pantano y comenzó a gritar.

-      Atrapen a ese ladrón que está robándose a mi hijo; por favor, deténganlo, gritaba el orejudo tratando de imitar la voz de la grulla.

El sorprendido cocodrilo se detuvo en su camino y ese fue el omento oportuno que estaba esperando el zorro para interceptarlo.

-      ¡Hola!, amigo, veo que estás en problemas, díjole el zorro.  Pero no te preocupes, todos comprenderemos que no eres más que un vulgar ladrón de indefensas aves.  Será mejor que huyas lo más antes posibles, pues, he escuchado a la madre de este pequeño que traes en la boca gritar desconsoladamente por el hijo perdido.

El cocodrilo sumamente indignado, soltó la grulla que tenía presa entre sus fauces y dijo acaloradamente:

-      Óyeme bien, orejudo, yo soy un cazador y no un ladrón y, como prueba de ello, me quedaré aquí, quietecito, esperando a la madre de este plumífero, y también la devoraré a ella.

Aprovechado que el cocodrilo había soltado a al grulla, el zorro se lanzó sobre el ave y con ella presa en el hocico, huyó tan rápido como se lo permitieron sus patas.

Cuando el reptil reaccionó ya el zorro se había alejado lo suficiente como para no ser alcanzado.

-      Grandísimo bribón.  Ya me las pagarás, díjose el cocodrilo mientras se sumergía en el pantano.

Saint - Etienne, 29 de Diciembre de 1997


“Por hablar demasiado podemos perder lo ganado”.



EL OSO Y LA TORTUGA

-      Bajaba por un terreno fangoso una tortuga cuando dio de narices con un pequeño puma.

-      ¡Qué bien! dijo el felino no eres mal comienzo para un buen desayuno, amiguita.

Cuando ya el puma se disponía a arrancarle la cabeza de un zarpazo, la asustada tortuga se escondió en su caparazón con gran rapidez.

-      ¡Qué!, díjose el puma.  ¿Dónde se metió esa cabeza peladita.

Del interior de aquel garapacho, dos diminutos ojos asustadizos observaban los más mínimos movimientos de aquel inoportuno puma.  Después de rasguñar, roer, morder, golpear y sentarse sobre el caparazón buscando abrirlo, el puma se marchó derrotado no sin antes darle una patada de consuelo.

-      ¡Uf!, de la que me salvé, dijo la tortuga y se marchó.

Horas más adelante se encontró con un leopardo quien corrió la misma suerte del puma.  La tortuga, desde entonces, se sintió invulnerable y comenzó a andar por todos lados con gran soltura.  Una tarde, en que comía algunas hojas ceca a un pequeño arroyuelo, sintió que una enorme sombra se posaba junto a ella.  Un oso gigantesco que se hallaba enojado porque alguna zorra ladrona le había hurtado su colmena.

La tortuga, ni corta ni perezosa, se escondió en su caparazón.  El oso tomó a la tortuga con una de sus garras y se la llevó con él.  Ya en su cueva el oso se echó en el húmedo piso de la cueva colocando a la tortuga sobre su pecho y abrazándola con sus brazos.  Luego se quedó dormido.  La tortuga, aprisionada como estaba, pensó que lo mejor sería esperar a que aquel enorme animal despertara y que se aburriera de ella como había sucedido con el puma y el leopardo.

El oso despertó tras largas horas de sueño y, abriendo un ojo, dióse cuenta que su presa aún no había salido de su escondite.

-      Bueno, díjose el oso, dormiré unas horas más.
La tortuga comenzó a desesperarse, pues, las cosas eran diferentes ahora a como habían marchado con el leopardo y el puma.

Como era de esperarse, los días pasaron y la situación no cambiaba.  Una mañana, en que la tortuga pensó que el oso dormía profundamente, salió de su concha y trató de zafarse de las garras de su opresor.  Fue en ese instante en que una de las garras del oso la tomó de la cabeza y la aprisionó fuertemente hasta darle muerte.

-      Que pensaste, dijo el oso mientras devoraba a la tortuga, que te saldrías con la tuya.  No sabes con quién te metías. 

Luego de un rato, el oso se echó a dormir muy complacido y arrojó el caparazón hacía fuera de la cueva

Saint - Etienne, 03 de Diciembre de 1997.


La paciencia siempre tendrá su recompensa”.




EL CONEJO Y EL PAPAGAYO

En el patio de una casa vivían un conejo y un papagayo, el cual se envanecía a cada momento a causa de su colorido plumaje.  Plumas rojas, amarillas, blancas y azules, dábanle al ave la vistosidad de un cisne y la majestuosidad de un pavoreal.   Todo iba de maravillas hasta el momento aquel en que el papagayo comenzaba emitir sus chirriantes sonidos que volvían loco al conejo.

-      ¡Qué barbaridad!,  se quejaba el roedor, cómo es posible que chilles de esa manera, acaso no tienes en consideración la tranquilidad de los demás.

Al poco rato se escuchó la voz del dueño de casa quien traía algunas mazorcas para el ave.

-      Ven, pajarito lindo. Ven y deléitame con tu canto.  Qué lindo eres pajarito, y con esas plumas tienes unos colores muy bonitos.

Y después de comer su maíz, el papagayo volvía a chillar como un condenado.  Todos los árboles del patio sufrían los destrozos que el fuerte pico del plumífero inflingía a la corteza.

-      ¡Qué horror! Volvió a escucharse la voz del conejo.  Encima que perturbas el sueño de todos y destrozas los árboles todavía te daré de comer, esto ya es el colmo.

-      Eres un animalito envidioso, que anda fijándose en lo que otros hacen, en vez de disfrutar de los placeres que la vida nos da, contestó ofendido el papagayo.

Un día el dueño de casa quiso agasajar a un amigo por lo cual decidió sacrificar un animal.

-      De seguro que esta noche te comerán, pájaro escandaloso, díjole el conejo al papagayo.

Esa noche, sin poderlo entender, el conejo fue cogido del pescuezo por el chinero con rumbo a la cocina.  De nada valieron las objeciones y razones con que el desesperado orejón quiso salvar su vida.

Al otro día, el papagayo volvió a chillar desde temprano, sin que conejo alguno lo perturbara.

Saint - Etienne, 29 de Diciembre de 1997.


“No busquemos explicación a las cosas que no las tienen”.




EL GATO Y LA ARAÑA

Echado sobre el tejado de un edificio descansaba un pequeño gato gris.  Estaba jugando con su cola cuando vio pasar a una araña que era perseguida por un ratón.

Al llegar al filo del tejado, la araña se dejó caer en el vacío dejando al roedor con ganas de almorzar.   El gato vio e ese pequeño animal al posibilidad de llevarse algo a la boca, pero la curiosidad pudo más y dejó al ratón que se marchara.  El felino se asomó a la orilla del techo y vio que  la araña caminaba tranquilamente por el pavimento.

-      ¡Hum!, dijo el gato lamiendo sus bigotes, no se me había ocurrido eso.

Una tarde lluviosa en que el gatito se desperezaba  después de una prolongada siesta, se escucharon los ladridos de un perro.  Alertado, el gato quiso ponerse a buen recaudo, pero ya el enorme cánido lo había visto así que no le quedó más remedio que huir.

Cuando ya parecía que el perro haría presa fácil del gato, este se acordó de la araña perseguida por el ratón.  De inmediato corrió hacia el lugar por donde ella había huido y llegado hasta ahí, miró al perro que venia a gran velocidad mostrando los dientes y gruñendo.  Entonces le dijo burlonamente:

-      ¡Adiós, amiguito!  Y se lanzó al vacío.

El perro detuvo su loca carrera y, con sumo cuidado, se asomo para ver a donde había dio a parar su presa.

Lo que vio fue al infeliz felino yaciendo en el pavimento.

-      ¡Bah!, dijo el perro.  Este tonto debe haberse creído un pájaro para lanzarse así. Un animal tan insensato no merecía ser perseguido por un perro astuto como yo.

El pobre gato no había logrado ver el casi invisible hilo de seda por donde la araña había logrado descender y ese error le costó la vida.

Saint - Etienne, 02 de Diciembre de 1997.


“La inexperiencia nos puede llevar a cometer errores garrafales”.




LA OSA Y EL HIPOPÓTAMO

En un bosque escuchóse una tarde los terribles rugidos de una gigantesca osa.  Todos los pequeños animales que habitaban por ahí, huyeron espantados: los monos trepaban veloces hacia las copas de los árboles; las ardillas recogían presurosas sus bellotas y se escondían en los árboles huecos, las ranas y los sapos saltaban buscando llegar hasta el pantano y los pequeños pájaros cesaban sus trinos en fugaz huida.

Un hipopótamo asomó su enorme cabeza de entre las aguas cenagosas del río.

-      ¿Por qué tanto alboroto?,  preguntó


Un pequeño pájaro negro que se había posado en su lomo, dijo temerosamente:

-      Oiga usted, señor hipopótamo, prefiero toparme con una víbora antes que encontrarme cara a cara con una osa privada de su cría.

-      ¡Hum!, eso me suena mal, rezongó el hipopótamo.  ¿Y quién le ha robado a su osezno?

-      Nadie lo sabe aún, respondió el pájaro.

A su paso, la enfurecida osa destrozaba todo lo que encontraba a su paso.

-      ¡Qué desdichada soy!  Algún cazador indolente debe haberse llevado a mi hijo.  O tal vez haya sido alguna fiera ladrona que busca saciar su apetito con él; pero juro que no dejaré árbol en su sitio ni roca en su lugar como no aparezca mi pequeño vástago, eso ténganlo por seguro todos, concluyó la osa amenazante.

El hipopótamo abandonó la tranquilidad de su hogar y le salió al encuentro.

-      ¡Qué es eso de estar vociferando de esa manera, señora osa, perturbando todo el bosque como si de esa manera fuera usted a solucionar algo. 

 La osa miró al hipopótamo con cierta sorpresa y luego le increpó acerbamente:

-      Y le parece poco el que haya perdido mi único crío; se imagina lo que el señor oso me dirá cuando se entere de esta tragedia.

En ese instante se escuchó los gruñidos del osezno muy cerca de ahí.

-      ¡Eh, qué es eso!, gruñó la osa.

El pequeño travieso apareció cubierto de telarañas, las cuales  se le habían adherido al cuerpo de tal manera que le resultaba imposible sacárselas de encima.  El osito se había aventurado en una oscura caverna donde había visto entrar una nube de murciélagos y le había resultado difícil encontrar la salida.

-      Yo tengo la solución, pequeñuelo; yo te ayudaré a librarte de esas telarañas.
Y sobre el lomo del hipopótamo y ante la complacencia de la madre, el pequeño oso se sumergió una y otra vez en el río quedando completamente limpio.

Saint - Etienne, 30 de Diciembre de 1997


“De nada vale lamentarnos ante las adversidades, cuando lo que deberíamos hacer es encontrarle solución al problema”.




LOS HERMANOS Y EL PERRO

Dos hermanos vivían en una cabaña que estaba ubicada cerca de un río, en el cual acostumbraban pescar desde que el sol aparecía entre las montañas pedregosas que rodeaban la cabaña.  Llegando el mediodía, se daban un remojón que muchas veces se prolongaba hasta muy entrada la tarde.

-      Porque te gusta bañarte con ese animal maloliente, decía el mayor de ellos haciendo alusión al perro que tenía el otro.


-      Eres un tonto, hermano, no deberías tenerle antipatía, es un animal fiel, un gran compañero y un gran nadador, terminaba diciendo el menor de los hermanos.

El perro disfrutaba de lo lindo cruzando el río de un lado a otro, zambulléndose y haciendo monerías que eran la delicia de su amo quien estallaba en risotadas.  Pero no todo era grato para el perro, pues, de vez en cuando el hermano mayor le lanzaba una piedra  o le daba una patada cuando se cruzaba en su camino, y todo por el simple hecho de burlarse del hermano.

A los pocos días, el torrente del río creció considerablemente, pero aún así, los imprudentes hermanos decidieron darse un baño.  Como era de esperar, a los pocos minutos ambos fueron arrastrados por el río y cuando trataron de ganar la orilla ya las fuerzas no les daba.  Los ladridos del perro que corría paralelo a la orilla los sacó de su estupor, y la esperanza de salvar la vida, se acentuó en el animal.  Como gran nadador que era, y valiente además, el perro no dudó un instante en lanzarse al río y de inmediato coger a su amo por el cuello de la camisa y llevarlo hacia la orilla.  Los gritos desesperados del otro muchacho se volvieron alarmantes.  El perro, extenuado por el esfuerzo realizado, se echó al lado del amo y se quedó viendo como el enfurecido y bravío río se llevaba a aquel que tanto lo había maltratado sin motivo alguno; este hecho le evitó cualquier remordimiento posterior por no haber auxiliado al hermano mayor.

Saint - Etienne, 15 de Diciembre de 1997.


“Los que fueron despreciados suelen corresponder de la misma manera”.




EL PROFESOR Y EL HOMBRE RICO

Para Jaime Blanco


Había un profesor  que daba clases de ortografía y redacción al hijo de un hombre que tenía mucho dinero.  Aun cuando vivía humildemente, el maestro no se sentía menos que aquel hombre que había dedicado su vid ay su esfuerzo a acumular una gran cantidad de riquezas.

El profesor disfrutaba con sus clases, pues, veía, que el niño, a pesar de vivir en aquel ambiente de suntuosidad, demostraba una gran sencillez.  De ahí que sin desmerecer sus honorarios, se sintiera más preocupado por el aprendizaje y el avance del niño.  El padre como era de esperar, se hallaba más preocupado en contar sus millones que en los progresos que su hijo iba obteniendo con sus clases.

Un día llegó el maestro y se dio con la sorpresa de que el niño estaba enfermo.  Al verlo consternado y viendo que el padre se hallaba ocupado en sus finanzas, el profesor se dedicó a cuidar al niño.

Tiempo después, el hombre rico tuvo un traspié financiero que lo hizo perder gran parte de su fortuna.  Llorando desconsoladamente –como un niño a quien se le niega un dulce- se pasaba el hombre los días.  Así lo encontró un día el maestro, quien al enterarse de los motivos de su lloriqueo, le dijo con firmeza:

-      Óigame, usted, señor, cómo es posible que se comporte de esa manera.  Acaso con lo que le queda no tiene para vivir cómodamente  junto a su hijo.  ¿ha perdido usted un brazo, una pierna, un ojo o algo que no pueda recuperarse?  No, señor, lo único que ha perdido es una cuantiosa fortuna que no hubiera podido gastar así pudiera vivir mil años.

El hombre rico lo miraba con sorpresa, pero poco a poco su rostro fue cambiando de semblante, pues, se dio cuenta que lo que aquel hombre sabio y humilde le decía era cierto.

-      Se detuvo usted a pensar, prosiguió el profesor,  en la dolencia que aquejaba a su hijo en estos últimos días.  ¡Claro que no!, porque estaba más ocupado en contar su dinero y no en aquello que usted y su esposa trajeron al mundo, concluyó el maestro haciendo referencia al niño.

La mirada del millonario se ensombreció, pero a los pocos minutos mostraban una alegría nunca vista en él.  Cuando el profesor se retiraba después de su clase con el niño, observó que padre e hijo se abrazaban emocionados.  El maestro se sintió complacido de su vocación pues, había logrado dar la mejor enseñanza de su vida.

Saint - Etienne, 07 de Diciembre de 1997


“La ambición material nos hace insensibles a muchas cosas”.




LAS HIENAS Y EL LEÓN

Una manada de hienas bajaban de una planicie cuando se toparon con un jaguar que venía arrastrando una cebra.  Tonto hostigaron a la fiera que ésta, aburrida y cansada de ahuyentar a las molestosas hienas, optó por dejarles al presa y marcharse.

-      Oigan, dijo la que encabezaba el grupo, no les aseguré que si aplicábamos mi método tendríamos asegurado el sustento.

Así anduvieron las ladronas aprovechándose del gran número que eran hasta que a oídos del león llegaron las quejas:

-      En más de una ocasión, queridísimo soberano, he sido víctima de aquellas sinvergüenzas, se quejó el tigre.

-      Un día me quitaron la caza del día, una rolliza gacela, tronó la voz del guepardo.

-      Y qué podré decir yo, gruñó la pantera.  Después de tres días había logrado hacerme de un jabalí con el cual pensaba alimentar a mi prole, pero demás está decir que aquellas miserables hienas robaron mi presa sin que nada pudiera hacer por evitarlo.

Todos estos argumentos bastaron para que el melenudo tomara una decisión.

-      Mandaré a uno de mis súbditos para que hable con esas ladronas, sentenció el león.

Pero a pesar de las advertencias, las hienas siguieron haciendo de las suyas.  Una noche en que las hienas se llevaban un antílope que un leopardo había cazado, de entre las sombras, apareció la figura del rey de la selva quien demostrando su fiereza dio muerte a muchas de aquellas carniceras que habíanse acostumbrado a vivir del pillaje.

Al otro día, muchos animales se llegaban hasta la guarida del león para dejarle unos regalos como muestra de su lealtad y agradecimiento.

Saint - Etienne, 28 de Diciembre de 1997.


“No provoquemos la cólera de los poderosos, pues, siempre saldemos afectados”.



EL EXPLORADOR, EL PERRO Y LAS PIRAÑAS

Se jactaba un explorador del gran servicio que le brindaba su perro.

-      Es todo un compañero y además valiente como ninguno, decía el orgulloso amo.

Un día, estando reunido con sus amigos el hombre exclamó:

-      Una vez fui atacado por un enorme puma, ero un perro lo hizo huir.  Otra vez fue un jabalí quien me quiso embestir, pero otra vez mi valiente amigo se lanzó sobre el animal y lo puso fuera de combate.

Una mañana el explorador y su perro fueron a las montañas en busca de aventuras.   Como el día era caluroso, el hombre decidió darse un baño en las aguas de un río que pasaba por ahí cerca.

-      Bueno, muchacho, dijo el hombre,  es hora de refrescarse, así que quédate descansando mientras me doy un baño.
El imprudente explorador no se percató del letrero que había cerca de donde se encontraba, en el cual se advertía la presencia de piernas en el río.  Demás está decir que el hombre fue atacado por los carnívoros peces.

El perro, al escuchar los gritos de auxilio de su amo, se lanzó para socorrerlo.  El animal chapoteaba desesperadamente dando dentelladas por doquier, buscando coger a los diminutos peces que también comenzaban a devorarlo a él.

La desigual lucha duró pocos minutos.  El explorador pagó cara su imprudencia, y el perro con su vida.

Al explorador le costó caro su imprudencia, mientras que el infeliz animal no midió las consecuencias de su atrevimiento al querer combatir contra un enemigo que no veía.

Castell d’ieri, 05 de Setiembre de 1997.


“No siempre podemos vencer las adversidades con el mismo criterio”.





EL GUSANO DE SEDA, LA ABEJA Y LA ARAÑA

Volaba una abejita transportando el polen que había obtenido de varias flores, cuando se encontró con una araña y un gusano de seda que discutían acaloradamente.

-      Lo único que sabes es acumular esa seda sobre las hojas, donde son se aprecia ningún trabajo digno de llamar la atención.

El pobre gusano se sintió ofendido y sólo atinó a decir:

-      Lo siento mucho, señora araña, pero no puedo evitar el producir esta seda.

-      Cállate tonto, interrumpió la araña con tono burlón.  Esto sí que es una obra de arte digna de aprecio, continuó diciendo el arácnido mientras señalaba la enorme telaraña que había construido durante varios días.  Con esto atraparé muchos insectos y tendré comida suficiente para mucho tiempo.

Al ver que el pobre gusanito estaba sumamente acongojado, la abejita creyó que había llegado el momento de intervenir.

-      Veo que es usted muy presumida, señora araña, pero se ha puesto usted a pensar en la utilidad que brinda usted con su telaraña.

El insecto de ocho patas se sintió desconcertado, pero no tuvo tiempo de decir nada, pues, la abejita continuó:

-      Este humilde gusanito provee al hombre de seda con la cual pueda confeccionar sus vestidos para abrigarse.  Yo les proporciono la miel de abeja con que cada mañana untan su pan para desayunar, pero tú, ¿qué servicio les brindas?

La araña no supo que contestar y hundió la cabeza entre sus patas.  Así permaneció hasta que la abeja se alejo.

Ya no le quedaron ganas de seguir importunando al gusano de seda, así que luego de deshacer su tela se marchó en busca de otro lugar para vivir.

Castell d’ieri,  15 de Setiembre  de 1997.


“No siempre lo que nos parece bien, tiene que ser lo mejor”.





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