domingo, 7 de agosto de 2011

FÁBULAS DE CORAL




Para Guillermo Villanueva, mi cariño filial.


LA BOA, LA SACHAVACA Y LOS CAIMANES

Descansando sobre la rama de un árbol estaba una boa, cuando cerca de ella vio asomar a una sachavaca. Deslizándose con mucho sigilo, la enorme boa fue avecinándose hacia aquel animal que ya veía en sus mandíbulas, pero éste, alertado por su instinto, se alejo rápidamente. Dos caimanes que estaban soleándose en la ribera de un río, la llamaron y le dijeron:

- No seas tonta amiga, tú eres un reptil como nosotros y ya que somos de la misma familia ya deberíamos ayudarnos.

Convencida la boa con tales argumentos, se estableció que, con engaños, atraería a la sachavaca hacia el río, donde los caimanes la atraparián y entre las tres repartirían la presa. La boa hizo su parte a la perfección y cuando fue por su ración se dio con la sorpresa que la sachabaca ya no estaba.

Iracunda, interrogó a los caimanes:

- Se puede saber dónde está la sachavaca que deberíamos repartir. Ahora mismo quiero mi parte, agregó amenazadora.

- Cómo no, ahora mismo la verás.

De un par de certeros mordiscos la boa pudo ver a la sachavaca, pero en la panza de los caimanes.


Nunca es bueno asociarse con los poderosos, pues, tarde o temprano terminan absorbiéndonos.




LA PANTERA Y LA SERPIENTE

Una esbelta y negra pantera tenía atemorizado a todos los animales de un bosque tropical, de ahí que cuando el tímido felino era avistado, no había animal que no corriera en busca de refugio.

- ¡Ja!  ¡Ja!, esto es lo que se llama poder. Todas estas sabandijas no hacen más que desaparecer apenas sienten mi presencia eso me enorgullece.

Pero no faltaban los distraídos o los intrépidos que sucumbían entre las fauces de la voraz pantera quien por otro lado se volvía más exigente parta satisfacer  su apetito.

Cierta mañana, una serpiente se arrastraba sobre una roca en busca de algún roedor cuando fue sorprendida por la pantera. Al sentir las poderosas garras de la fiera en su gruesa piel, la serpiente instintivamente, se enroscó en el cuerpo del felino y antes de que ésta pudiera reaccionar logró darle una dentellada en el lomo, provocando en la fiera un gran rugido.

Malherida, la serpiente alcanzó un intersticio entre las rocas y desapareció. La pantera, herida mortalmente, logro dar unos pasos, pero ya el veneno del ofidio comenzaba a hacer efecto. Unas pequeñas zorras que observaron el acontecido, se sonrieron por lo  sucedido.

- Bien merecido lo tiene. Eso es para que aprenda que hasta el cabello más pequeño hace su sombra en el suelo, dijo una de las zorras.

La otra, viendo que las fuerzas abandonaban ya a la fiera, dijo con sorna:

- Demasiado tarde para que aprenda.

La pantera cayó vencida por el veneno y expiró.

No es aconsejable despreciar ninguna cosa ni a nadie, por más insignificante que parezca.




LA ZORRA Y LA COMADREJA

Había observado una zorra cómo una comadreja se avecinaba todas las mañanas a un gallinero y bajo amenazas robaba los huevos de algunas gallinas. Luego de cumplir su cometido, la ladrona huía llevando en un bolsa el contenido se sus fechorías.

Una mañana la zorra esperó el paso de la ladrona e interceptándola le dijo:

- Detente ladronzuela muéstrame el contenido de esa bolsa.

La comadreja, luego de medir sus fuerzas, hubo de ceder su botín a aquella  taimada zorra quien a partir de ese día la esperaba agazapada entre los arbustos para quitarle los huevos.

- Ladrón que roba a ladrón, tiene cien años de perdón, dijo la zorra justificando su acción.

Extrañando el granjero de que sus gallinas pusieran menos huevos que antes, tomóse la molestia de vigilar a éstas. Grande fue su sorpresa al ver a  la comadreja robando los huevos ante la pasividad de las gallinas.

Luego de seguirla unos minutos y con la escopeta lista para acabar con la ladrona, vio con espanto cómo la zorra se hacía con los huevos robados.

Los disparos del granjero hirieron de muerte a la zorra, mas no así a la comadreja que logró huir.

El granjero logró deshacerse de la comadreja a quien no le quedó ganas de incursionar por el gallinero nuevamente, y gracias a éste, la pilluela se deshizo de aquella zorra ladrona que estaba viviendo a costa suya.

Los que aprovechan de los débiles tarde o temprano se encuentran con alguien más poderoso que ellos.




LOS LEONES Y LOS BUITRES

Un grupo de leones había dado caza a un antílope y estaban devorándolo plácidamente. Cerca de ellos, unas hienas esperaban su turno para dar cuenta de las sobras.

Pero las hienas no eran las únicas que con impaciencia esperaban que los leones terminaran y se marcharan; en las secas ramas de un árbol, tres buitres estiraban sus alas preparándose para planear sobre los restos del antílope.

- Cada día tardan más en dar cuenta de un antílope, dijo uno de los buitres.

- Y cada día dejan menos que comer, dijo otro.

- Y encima debemos esperar que esas mugrosas hienas repasen lo que dejan los leones, ¡bah!, dijo el tercero.

Horas después, ya las hienas terminaban con los restos del antílope, dejando tras de sí unos cuantos huesos cubiertos con algunos pellejos.

- Vaya, esto sí que es denigrante. Estas hienas no nos han dejado nada.

- No te quejes amigo, la presa ha sido pequeña. A mal tiempo buena cara. Algo picaremos todavía, en cambio, ellos sí que no encontrarán no los huesos.

A pocos metros de distancia, unos perros salvajes olisqueaban los alrededores temerosos de ser atacados por los buitres.

Tengamos en cuenta que siempre hay otros que están en peor situación que nosotros.




EL ZORRO Y EL ÁGUILA

Cansado de correr tras las liebres, conejos y ratones, cierto día el zorro decidió observar al águila y ver con qué facilidad ésta se hacía de sus presas.

- Si yo tuviera las alas del águila no andaría correteando de aquí para allá en busca de comida. Me deslizaría suavemente aprovechando las corrientes de aire y de sorpresa caería sobre aquellos veloces roedores, díjose el zorro pensativo.

Fue así como se decidió a sorprender al águila en su nido, y después de darle muerte, le arrancó las alas, las cuales sujetó a su cuerpo con su soga.

Ya en lo alto de una montaña, se subió a un peñasco y se lanzó en pos de una liebre que pasaba por ahí.

Demasiado tarde se dio cuenta de que  su treta había resultado inútil, pues, terminó estrellándose contra las rocas al pie de la montaña.

A veces el pretender ser como otros nos trae ciertos desengaños.




LOS PAVOS

Cierto día, un pavo real fue a dar en un corral donde habitaban patos, gallos, gallinas, perdices y pavos comunes. La majestuosa y señorial ave no pudo ocultar su disgusto al verse rodeada de aves de plumajes tan poco vistosos.

Un pavo que lo observaba, se acercó y en tono amistoso le dijo:

- ¡Hola!, qué tal. Me da mucho gusto que seamos parientes.

El pavo real lo miró despectivamente y girando en redondo le dio un coletazo con sus largas plumas.

- Vaya que si eres presumido. Si caminas mirando al cielo te puedes tropezar, rabilargo, dijo el pavo, herido en lo más hondo de su orgullo.

Todos los habitantes del corral se sintieron atraídos por tan largas plumas. Sobre todo las gallinas, quienes no cesaban de insinuar a sus gallos los felices y hermosas que se verían con tales ornamentos. Pero por temor al pavo, cuyo volumen en comparación al común de las aves del corral era muy significativo, ningún gallo se atrevía a poner un ala sobre el vanidoso pavo real.

Mas cuando los gallos se percataron que entre ambos no reinaban migas, no tardaron en ir posesionándose de las largas plumas multicolores de la timorata ave, quien sólo se limitaba a huir despavorida de sus atacantes.

En vano trató de ganarse la amistad del pavo, pues, ése se limitaba a mirarlo con desprecio.

Fue así como el pobre pavo real fue perdiendo sus plumas a la par de su dignidad, convirtiéndose al poco tiempo en una ave más en aquel corral.

Siempre es bueno tener amigos a quienes recurrir en caso de peligro.




EL ÁGUILA Y LA CHARAPA

Después de discutir dos charapas, la perdedora, que era mucho más pequeña, juró vengarse de la otra. Para esto, con gran esfuerzo, escaló una montaña donde habitaba una majestuosa águila de cabeza blanca, quien al verla, se sintió sorprendida.

- Vaya que si eres valiente o muy tonta diría yo, por atreverte a venir hasta mis dominios. Pero no creas que soy ingenua. Sé muy bien que si oso atacarte, te esconderás de inmediato en ese caparazón que es tan duro como las rocas y vano será que busque taladrarlo con mi pico, pues, como sucede siempre, nada conseguiré, aparte de perder mi tiempo.

- Te equivocas grandiosa amiga, dijo la charapa aduladora, como buscando ablandar la obstinación de la rapaz, yo te enseñaré la forma en que puedes disfrutar de una deliciosa e inmensa tortuga.

- Eso suena mejor querida charapita, dijo el águila ya entusiasmada.

Según lo planeado, el águila descendió de las alturas y con sus fuertes garras tomó a la charapa en quien la tortuga traidora iba a vengar el maltrato recibido.

Llegada a la cumbre con su botín, el águila de cabeza blanca dijo:

- ¿Y ahora qué debo hacer?

- Muy fácil, dijo la otra charapa.

Lánzala contra las rocas desde la altura y verás cómo se hace añicos ese duro caparazón y así podrás gozar de ese delicioso manjar y yo disfrutaré de mi venganza.

-        Me asombra tu astucia, querida charapita, pero, como habrás notado, voy a necesitar algo más que una tortuga para llenar el buche.

Y  dicho esto, el águila tomó a las dos charapas, una en cada pata y se elevó lo más alto que pudo para asegurarse de que realmente su esfuerzo valiera la pena.

El unirse a un malvado para traicionar a nuestros semejantes, puede provocar un torbellino peligroso que la mayoría de las veces nos lleva consigo.




EL ZORRO, LA ZORRA Y EL ZORRITO

Estaba un lindo zorrito contemplándose en las aguas de un lago, cuando escuchó un alboroto que provenía de un monte cercano.

A los pocos segundos escuchó unos disparos y seguidamente vio al señor lobo pasar tan rápido como sus ágiles patas se lo podían permitir. En el hocico llevaba una enorme gallina, lo cual picó su curiosidad.

Ya en la noche, estando en la guarida en compañía de su madre, sintió que su padre aparecía llevando en el hocico un enorme conejo provocando la algarabía de madre e hijo, pues, un conejo en esas épocas de escasez era un verdadero regalo de la naturaleza.

Entonces doña zorra, dirigiéndose a su marido, dijo:

-        Querido, antes de nos premies con tan suculento manjar, quisiera que satisfagas la inquietud de nuestro pequeño quien durante todo el día me ha interrogado queriendo saber de dónde saca el señor lobo tan preciadas gallinas.

Entonces el viejo zorro, recurriendo a toda su sabiduría, dijo a su pequeño hijo:

-        ¡Ah! Eso es fácil querido hijo. Pero antes de averiguar por la vida de los otros, deberías preguntarme de dónde consigo yo el alimento todo los días, ¿no crees?

El zorrito, avergonzado, inclinó su cabeza y se puso a llorar.

Muchas veces nuestra curiosidad nos lleva a ser indiscretos y terminamos avergonzados de nuestra actitud, cuando descubrimos en nosotros mismos faltas más graves que en los otros.




LA SABIDURÍA DEL LEÓN

Estaba un león terminando de comer, cuando dijo a la leona:

-        Debo estar pesando más de 200 kilogramos, me siento un poco pesado. Si no cuido me aspecto ningún animal querrá respetarme como hasta ahora.

Y dicho esto, dispuso que se diera una gran cena en su honor para reafirmar ante todo ser viviente su inobjetable condición de Rey de la Selva. Para tal objetivo, fueron invitados todos los animales que habitaban en su reino. Así, se vio llegar al hipopótamo, al lobo, a la jirafa, al camello, al tigre, al elefante y a la infaltable zorra, quien nunca perdería la oportunidad de lanzarle alabanzas al león y de paso llevarse a escondidas parte del banquete para no tener que salir a buscar alimento durante algunos días.

Aquel día, el león lucía una túnica dorada que hacía juego con su brillante corona de oro. La inmensa mesa se hallaba cubierta de los manjares más deliciosos, los cuales no tardaron en desaparecer por la voracidad de los invitados.

El león miraba satisfecho al ver cómo su súbditos se atragantaban a sus costillas, hecho que lo hacía sentirse más poderoso.

Terminado el banquete, llegó el brindis que reafirmaría que el león seguía siendo el Rey de la Selva. Como de costumbre, las loas de rigor estuvieron a cargo de la zorra que siempre gustaba sentarse a la diestra del león.

Después de sacudirse y estirar el pescuezo, dijo la zorra con solemnidad:

-         Agradecemos a nuestro único rey, este grandioso banquete y le reafirmamos nuestro respeto y nuestra sumisión. ¡Que viva el Rey de la Selva! Nuestro amo y señor. Y lamiéndole la pata, dijo:

-         ¡Que viva!, gritaron al unísono todos los presentes.

Ya en la noche, el león se percató de que su corona había desaparecido e inmediatamente ordenó que al otro día se hiciera otro banquete.

Ante el asombro de todos, el león hizo gala de riquezas e hizo colocar una copa de oro para cada invitado, excepto en el lugar de astuta zorra a quien le puso una copa de latón. Sintiéndose identificada, la pobre ladrona, lejos de arrepentirse y confesar, se levantó y dijo:

-        Escuchadme todos, ayer sin que nadie se diera cuenta- ni siquiera el mismo rey – tomé prestada su corona porque me sentí tan halagada por el banquete que pensé hacerme una corona igual para guardarla como recuerdo de tan bello día. Toda la noche estuve trabajando en ella y recién con la luces del alba logré terminarla. Mañana temprano os la devolveré señor mío, pues, por la prisa olvidé traerla conmigo.

-        ¡Oh! Querida amiga. Qué bello gesto, dijo el león. Me conmueves realmente y perdóname por estas lágrimas que luchan por salir. Pero es mi voluntad que traigas en este momento mi corona y la imitación que has hecho o perderás la  cabeza en este instante.

Aquella noche las gallinas tuvieron un sueño tranquilo.

Escudarnos en una mentira para ocultar nuestras malas acciones, puede traer como consecuencia males mayores y algunas veces hasta irremediables.




LOS CABALLOS SALVAJES Y EL CABALLO NEGRO

Estaban dos jóvenes caballos salvajes contemplando la pradera donde hacía unos instantes habían desplegado toda la energía que es propia de la juventud.

Sabes qué, dijo uno de ellos, ya me estoy cansando de esta vida desordenada que llevamos. Dormimos cuando nos place, comemos a cualquier hora, en fin, toda una vida disipada, sin ningún orden establecido. En cambio mira a aquél, continuó diciendo mientras señalaba a un jinete que montaba un señorial caballo negro. Míralo, bien cebado, limpio, con los crines bien recortadas y hasta le ponen anteojeras seguramente para que los rayos solares no dañen sus ojos. Creo que deberíamos ir a la casa de ese hombre para entregarnos a su servicio.

-        Pero antes consultemos con el viejo sabio, nunca está demás un buen consejo, dijo el otro caballo que era un poco más joven.

Fue así como llegaron a lo alto de una montaña rocosa donde habitaba un viejo caballo castaño. Después de exponerles su decisión, el sabio caballo les dijo:

- por estas crines marchitas que tengo creo sin temor a equivocarme que aquel paso que van a dar es un error. Pero bueno sería que esa juventud impetuosa y osada que llevan sobre sus lomos, reciba una lección.

Los dos jóvenes sementales bajaron la montaña sin haber entendido a cabalidad las sabias palabras del viejo caballo y se fueron en busca de aquel hombre que cabalgaba sobre el corcel negro. Cuando llegaron, encontraron al caballo que comía heno, junto a un abrevadero. Ya no tenía la cabalgadura ni las anteojeras, además lucías unas cicatrices muy profundas: unas ya secas otras aún frescas.

Cuando ambos expusieron al corcel lo que habían ido a buscar, éste con una ligera mueca y en tono irónico les dijo:

- Realmente hay que estar loco para hacer lo que ustedes quieren hacer. Miren estas feas y profundas líneas sobre mi cuerpo, qué creen, que me las hizo el amo con el cariño de sus manos, ¿no? ¿Ven ese látigo?, con él desfoga su mal humor sobre mi lomo. Vean esa jáquima, ese bozal, aquel jaez… detesto todos esos implementos que no hacen más que dañar mi naturaleza. Y qué decir de las espuelas que usa, esas son las que más daño hacen con sus puntas filudas.

Los dos potros vieron los ojos del caballo negro y comprendieron que las anteojeras no hacían más que ocultar la profunda tristeza que anidaba en ellos.

- Te veías tan señorial cuando te vimos por la pradera, dijo el potro más joven.

- En la vida hay que aprender a fingir, a ser hipócrita, eso te lo enseñan muy bien los hombres. ¿Se han preguntado cuánto pesa un hombre y su montura? Y deben saber que ha medida que pasan los minutos este peso se va haciendo mayor por el cansancio que se sufre.

El caballo más joven lo miró con un aire de incredulidad y dijo:

- Y si es tan grande tu sufrimiento por qué permaneces aquí viejo tonto.

El caballo negro lo miró con profunda tristeza:

- Eres irrespetuoso e impetuoso, joven amigo. Tú lo has dicho, ya soy viejo, pero te aseguro que no tengo ni un pelo de tonto. Fui traído aquí desde que era un pequeño potrillo, contra mi voluntad. Pero tonto serías tú si te quedaras a vivir aquí y tonto sería yo si me escapara ahora que ya estoy con una pata cerca de la tumba. Qué podría hacer allá afuera. Pero voy a hacer algo por ti aunque quizá no te la merezcas.

El caballo negro los guió hasta una ventana que daba a la casa. En esos instantes el hombre maltrataba no sólo a su esposa sino también a sus hijos.

-  Es suficiente viejo amigo. Has sido leal y generoso con nosotros. Siento profundamente haberte tratado irrespetuosamente. Es mejor que sigamos en nuestro estado salvaje, porque si así se tratan entre los humanos, cómo nos tratarán a nosotros que dicen que somos animales.

Muchas veces el buen consejo, y la reflexión libre de las pasiones, nos llevan a tomar sabias decisiones, librándonos, pues, de las amarguras que trae consigo una elección equivocada.




EL HOMBRE Y SU HIJO

Estaba un hombre pescando junto a su mujer y su hijo. Ya el hombre se hallaba malhumorado, pues, llevaba más de una hora y no lograba hacerse de ningún pez. De repente un niño arrojó una piedrecita al agua provocando la ira del padre.

- Claro, dijo a su mujer. Qué voy a poder pescar si este muchacho me espanta los peces con sus tontos juegos.

Dicho esto, tomó su escopeta y se dispuso a cazar algunos patos a ver si así cambiaba su suerte. Pasó otra hora sin que por lo menos pudiera rozarle l ala a algún condenado pato. El niño, que se hallaba sin calzado y sin medias, estornudó anunciando un ligero resfrío.

- Ya ves, mujer, dijo otra vez el hombre. Cómo crees que pueda cazar algún pato si este muchacho no hace más que espantarlo con sus estornudos.

 Ya de regreso, la mujer divisó una bella mariposa blanca posada sobre una flor.

- Qué linda mariposa, dijo la mujer.

El marido, como para no regresar con las manos vacías, se aventuró a darle caza. Detrás del insecto estuvo el pobre hombre durante varios minutos, pero todo resultaba inútil. El niño, ya cansado, dijo a su madre:

- Mamá tengo sed y hambre. En ese instante la mariposa se alejó del lugar perdiéndose entre unos matorrales.

- Ya ves mujer, dime si no tengo razón, vociferó el hombre sumamente disgustado. Basta que ese niño abra la boca y adiós mariposa. Si no la hubiera espantado no habría tardado en caer en mis manos.

En la noche, mientras dormían un ladrón se introdujo en la casa.

La mujer, alarmada, dijo a su marido:

- ¡Shisss…! No hagas bulla. Un ladrón se ha metido en la casa. Tú sigue durmiendo. Voy a despertar al niño para que lo espante.

Aquellos que por incapacidad no pueden realizar sus proyectos, buscan cualquier pretexto para justificarse.




LA REUNIÓN DE LOS ROEDORES

Cuando el jerbo vio que ya casi todos los roedores se hallaban presentes, se dispuso a pasar lista:

- Lirón ¡Presente!, Marmota ¡Presente!, Castor ¡Presente!, Puerco Espín ¡Presente!, Ardilla ¡Presente!, Conejo ¡Presente!, Rata… Rata…

Todos se miraron entre sí, produciéndose un gran barullo. ¿Dónde estaría la astuta rata en esos momentos? Nadie dijo esta boca es mía.

- Llame por última vez, secretario, dijo el ronsoco, quien presidiría la reunión.

- Muy bien, señor presidente, contestó con voz ceremonial el pequeño jerbo.

- Rata…

- ¡Presente!, contestó muy agitada y sudorosa la mencionada, quien llevaba un paquete entre las patas delanteras.

- Quisiera pedir disculpas pero…

- ¡Cállese! Tronó la gruesa voz del presidente. Su tono enérgico reflejaba a todas luces la poca simpatía y veracidad que despertaba aquel roedor.

- Siempre usted hace lo mismo, viene a las reuniones cuando se le antoja, hace usted lo que le da la gana, no respeta los acuerdos, invade los territorios de otros roedores sin importarle los límites establecidos y, por si fuera poco, los cajones de mi escritorio están llenos de las quejas recibidas por su mala conducta. Hurtos por aquí, hurtos por allá, es decir es usted una sucia ladrona. ¿Tiene algo que alegar?

 - No nada, nada su excelencia, dijo sumisa la roedora con una leve inclinación de cabeza.

- Y eso que tiene ahí, qué es, volvió a escucharse la voz del presidente ronsoco.

Con voz suave y modesta, contestó la rata mientras daba una patada a un hámster que ya olisqueaba el extraño paquete.

- Este modesto presente es un quesito para su señoría, pues, como he sabido que ha estado un poco delicado…

- Bien, bien, no dé usted más detalles. Ya hablaremos de eso después… ¡Um! Un quesito, ¿no?... Terminó diciendo el presidente mientras se rascaba los bigotes.

Conocedora del género roeduno, la rata se sobó las patas mientras le sacaba la lengua a más de uno de los presentes.
- Bien señores, silencio. Estamos aquí para ver la causa presentada por la agrupación de los ratones, quienes se quejan de los maltratos que reciben constantemente. Escuchémoslos.

Un viejo ratón flaco, ya entrado en años, dijo severamente:

- Ya estamos cansados de ser perseguidos por los gatos, quienes nos dan una lucha sin cuartel. La gran cantidad de trampas que colocan en las casa nos impide desplazarnos con entera libertad, envenenan trozos de pan y queso creando entre la comunidad ratonil una gran pánico. Ya quisiéramos vivir como los conejos que duermen sobre el heno y comen grandes cantidades de alfafa y zanahorias.

- Elevo mi protesta señor presidente, dijo con ostentosa voz la liebre, que siempre actuaba de defensor del conejo quien no dejaba de roer una zanahoria por lo cual nunca podía hablar.

- A veces nos toca vivir con sobriedad otras veces con holgura, otras quizá con escasez, es la ley de la vida señor…

Conociendo la locuacidad de la liebre, el ronsoco intervino.

- Bien, bien, bien. Agradecemos su intervención. Así discutieron durante algunas horas hasta que el presidente ronsoco, no sin antes recordarle a la rata que pasara por su oficina a resolver algunos asuntos pendientes.

Pasó el tiempo y llegó la Navidad. Los ratones habían preparado un plan para asaltar la cocina. Hasta ahí llegaron un grupo de cinco ratones, llevando cada uno un pequeño saco para transportar lo que pudieran sustraer.

- Ya saben muchacho, dijo un ratón flaco, ya entrado en años, ahora ya no nos preocupemos por llevarnos las sobras sino que levantemos con todo lo que podamos.

Un ratón pequeñito que estaba con ellos preguntó con una voz dulce y cantarina:

- Abuelito, ¿no me has dicho siempre que no debemos apropiarnos de lo ajeno?

El viejo ratón me miró sonriente y guiñándole un ojo, le dijo:

-      No te preocupes chiquitín, todo se soluciona con un buen trozo de queso.

No se puede esperar que se respeten las leyes, cuando quienes están encargados de hacerlas respetar; viven inmersos en las garras de la prebenda y la coima.




EL PAPAGAYO, EL PAVO REAL Y EL OTORONGO

Estaban posados en lo alto de un roble un papagayo y un pavo real. Llevaban varias horas discutiendo sobre quién de los dos tenía el plumaje más bello.

Obstinado como estaban, decidieron poner fin a aquel debate que no daba visos de solución; ello, solicitaron a un otorongo que pasaba en aquel momento, que determinara cuál de los dos tenía el plumaje más vistoso.

- ¡Hum! Elección difícil, dijo el felino rascándose el hocico con una de sus patas. Pero algo podremos hacer; no se preocupen.

El primero en recibir los dardos de alabanza fue el papagayo.

- Tú, arrogante papagayo, eres poseedor de unas fuertes y largas plumas rojas que te dan la majestuosidad de un príncipe.

El papagayo casi pierde el equilibrio ante las palabras lisonjeras que le diera el otorongo.

- Y tú, fastuoso pavo real, que como tu nombre lo indica, eres dueño de unas plumas multicolores que confirman la realeza de tu estirpe.

Las alabanzas hacia las dos aves fue subiendo de tono, hasta sumirlas en un profundo embelesamiento y aumentando a cada instante la rivalidad.

- Ha llegado la hora, dijo el otorongo, de medir y apreciar la suavidad de vuestras plumas para decidir quién de ustedes es el ave más vistosa del reino animal.

Mirándose con recelo, las dos aves se apresuraron a descender buscando congraciarse con aquel imparcial juez.

Después de comerse a ambos, dijo el otorongo:

- Declaro el primer puesto empate, pues los dos estuvieron deliciosos.

La vanidad nos ciega, volviéndonos necios, de ahí que no sea raro que seamos susceptibles a las alabanzas, las cuales provienen muchas veces de quienes sólo buscan con ellos obtener algún provecho.




LOS PERROS Y EL CABRERO

Se jactaba un cabrero de tener los mejores perros de la comarca y no perdía oportunidad de hacer ostentación de ello a donde llegaba.

- Nadie como mis perros, sí señor, estos sí que son unos verdaderos guardianes. Miren las cicatrices que tiene  en los lomos, dentelladas de lobos y zorros. Así defienden estos valientes mis cabras y mis ovejas.

Sólo cuando estaba sumamente ebrio, y ya no podía articular palabra alguna, el hombre dejaba de hablar de sus perros y se quedaba durmiendo la mona.

Llegó una época de escasez y el cabrero hubo de alimentarse de sus aves de corral: gallinas, patos y pollos fueron desapareciendo paulatinamente. Los perros esperaban con ansias los tiernos huesos, vísceras y otros restos que el cabrero no devoraba.

Pero el mal tiempo siguió azotando, y como no hubo siembra ni cosecha, los bueyes se hicieron inútiles y pasaron a servir de alimento al hambriento cabrero.

Luego fueron terminándose las cabras, lo cual provocó en los perros cierta inquietud.

Una mañana, el más viejo de todos, decidió marcharse

- ¿Por qué te vas perro ingrato?, dijo uno de los que se quedaban. ¿Acaso nuestro amo no ha sido generoso con nosotros? Aun ahora, en tiempo de escasez, nos brinda los huesos de los animales que come.

- Lo siento amigo, pero yo me voy. Es mejor que digan aquí huyó, que aquí quedó. ¿No te das cuenta que dentro de pocos días no habrá cabras que cuidar y que por los tanto ya no seremos útiles?

Sólo unos pocos se marcharon. Los otros quedáronse con su amo, convencidos del inmenso cariño que éste les tenía. Cuando acabó la mala racha. El cabrero adquirió nuevas cabras y se puso a recorrer la comarca para hacerse de buenos perros, pues, decía que todos los que tenía lo habían abandonado.

Una clara noche de luna, unos zorros desenterraban unos huesos cerca de la casa del cabrero.

- Oye, viejo, éstos parecen huesos de perro, dijo uno de los zorros.

- ¡Bah! Qué importa, respondió el otro, con el hambre que tengo comería hasta piedras.
El hombre precavido toma las precauciones necesarias cuando presiente el peligro.




EL CAZADOR Y EL ELEFANTE

Un cazador, que había dado muerte a un elefante para hacerse de sus colmillos, se vio de pronto descubierto por dos guardias de la Sociedad Protectora de Animales.

Angustiado por las severas penas que le podrían imputar, el perverso cazador dijo a uno de los guías que lo acompañaban:

- Diremos que el elefante está dormido y que lo que hacemos es estudiar sus costumbres.

El guía, señalando los orificios que la extracción de los colmillos había dejado, dijo:

- No le parece que es querer ocultar el Sol con una mano.

Y así fue, pues no hubo forma de explicar a la guardia la ausencia de los colmillos y el cazador hubo de purgar una larga condena por tráfico de marfil.

Cuando la falta es evidente, imposible disimularla.




LOS ZORRO Y EL OSO POLAR

Burlándose unos zorros de un gran oso polar que hallábase en el hielo junto a un pequeño forado.

- Miren a ese tonto, seguro está esperando que los peces salgan a saludarlo. ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!, decía el más chacotero del grupo.

Un zorro viejo que observaba la escena, bastante enfadado, les dijo.

- Cada uno sabe cómo mata sus pulgas, y les aseguro que en la cabeza de ese oso hay más sentido común que en todas sus cabezas juntas. Él no necesita perseguir a las focas como ustedes, sino que ellas vienen a él. Esperen unos minutos y verán.

Los zorros se mostraron incrédulos, pues les parecía ilógico que un animal fuera por sus propios medios en busca de quien no dudaría en devorarlo. Pero los zorros quedáronse estupefactos cuando vieron asomar la cabeza de la foca, la cual no tardó en sucumbir entre las fauces y las garras del hambriento oso.

Los zorros no salían de su asombro y sumidos en ese ambiente de incertidumbre los dejó el viejo zorro, que al igual que el oso, sabía que las focas después de estar bajo el agua durante varios minutos necesitan salir a tomar aire por esos forados en el hielo que ellas mismas hacen.

Sabios los osos polares que se aprovechan de esta situación.

No es raro que a veces seamos nosotros quienes preparemos el camino que nos lleve a nuestra perdición.




EL LEÓN Y EL ZORRO

Cansado y enfermo, un león decidió cierto día buscar la sociedad con un joven zorro.

- Tú conoces bien la fortaleza de mi garra y con ella podremos cazar piezas más apreciables que simples conejos, liebres o tejones a los que estás acostumbrado.

Convencido, el zorro aceptó la sociedad con el león, quien plácidamente esperaba los venados y las gacelas echado entre unos arbustos para darles un certero zarpazo.

Agotado y exhausto por haber correteado a los venados y a as gacelas hasta el escondrijo del león, el zorro se echaba a un lado.

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