EL HOMBRE Y EL MOSQUITO
Huyendo de la persecución de algunos chacales a quienes había estado dando muerte, un cazador logró escabullirse entre la vegetación de un pantano.
- No debe andar muy lejos, dijo el chacal que dirigía el grupo. Ese hombre malvado tendrá que pagar las cuantiosas muertes que ha provocado entre nuestros hermanos. Nada le hemos hecho, ningún motivo le hemos dado para que venga con sus armas que arrojan fuego a perturbar nuestra tranquilidad. Hagámonos la promesa de no desistir hasta dar con él.
Dicho esto, como en un mágico y místico ritual, los animales colocaron una de sus patas sobre el cadáver de uno de los chacales muertos. A pocos metros del lugar, el cazador observaba con curiosidad y temor aquella singular escena.
- Estos animales son unos estúpidos si creen que podrán atraparme. Ya regresaré para darles su merecido.
En aquel terreno fangoso, el cazador se fue internando sin temor alguno, pues, bien sabía que allí las arenas movedizas eran inexistentes. Después de unos minutos logro cruzarlo y llegar hasta la otra orilla.
- Esos tontos todavía estarán buscándome, ¡ja!, ¡ja!, ¡ja!
En ese momento, el hombre sintió una picadura en el cuello. Con gran rapidez logro dar muerte al pequeño mosquito causante de su dolor.
- ¡Ah!, granuja, creíste que podrías salirte con la tuya. Asqueroso bicho.
El hombre logró llegar a una aldea donde fue socorrido por unos aborígenes. Pero ya la picadura de aquel pequeño mosquito había hecho efecto. Una gran hinchazón en el cuello le impedía articular palabra alguna.
Ya agonizante, el cazador díjole al brujo de la tribu.
- Maldita sea mi suerte que me depara tan cruel destino. Salir airoso de peligro tan grande, para terminar siendo víctima de un ínfimo insecto.
Cuando el hombre fue sepultado en la tierra, hasta el lugar llegaron un grupo de chacales para restregar sus cuerpos en la tierra húmeda.
Moraleja:
Huyendo de un peligro podemos
precipitarnos en otro.
EL LEÓN, LA PANTERA Y LOS CIERVOS
Un león hambriento tenía cercado ante sí a toda una familia de ciervos: papá, mamá y siete hijos.
- Es tanta mi hambre que los mataré a todos de un zarpazo y me daré un gran festín, dijo el león mientras afilaba sus filudas uñas contra las rocas.
Vanas resultaban las suplicas de los asustadizos ciervos quienes veían llegar así el fin de sus días.
- Con nosotros tendrás alimento suficiente para satisfacer tu apetito, dijeron papá ciervo y mamá cierva. Pero te suplicamos que dejes ir a nuestros hijos que todavía no han vivido lo suficiente.
El león sentóse entonces y pasándose una garra por la abundante melena, se puso a reflexionar y cuando parecía que ya iba a ceder a la petición de los ciervos, se dejó sentir la voz de una pantera que había permanecido oculta ahí cerca escuchando todo lo acontecido.
- No, no te dejes doblegar. Acaso no eres al que llaman el Rey de la Selva. Te vas a dejar convencer por estos seres inferiores a ti, en fuerza y en inteligencia. Sí, quizá tengan razón cuando dicen que con ellos dos tendrás suficiente para saciar tu apetito, pero, y después. Qué harás cuando el hambre golpee a tu estómago, cuando la necesidad de alimentos retuerza tus tripas. Entonces lamentaras haber dejado libre a los cervatos.
- Tienes razón, astuta pantera, dijo el león.
- Pero aún falta lo mejor gran Señor de la Selva. No hay necesidad que mates ahora a los pequeñuelos. Tenlos en una jaula hasta que el apetito te haga sacarlos de allí. Así sus carnes apetitosas no se perderán en la podredumbre.
Los ciervos se abrazaron a sus hijos viendo que su destino era ya inevitable. Por culpa de aquella malvada pantera los cervatos estaban también condenados a morir.
- Todo me parce muy bien, pero de dónde sacare una jaula, sagaz pantera.
- De eso me encargo yo, dijo la negra pantera y en un santiamén construyó una jaula donde colocó a todos los ciervos. Luego estiró la pata esperando su recompensa. El león de un zarpazo la metió en la jaula que ella misma había preparado y dijo:
- Qué animal más tonto eres. Acaso tú mismo no has dicho que soy el Rey de la Selva y que no debo recibir consejo de seres inferiores. Ahora tengo más comida, pero te guardaré para el final. Ese será el pago que te daré por tus servicios. Te dejaré vivir unas horas más.
Dicho esto, el león devoró a papá ciervo y mamá cierva y se echó a dormir ante la mirada atónita de la pantera.
Moraleja:
Muchas veces queremos dar consejo
al malvado que oprime al débil
para obtener un beneficio, pero
terminamos siendo víctimas de
nuestra ambición.
EL NIÑO, AL ASNO Y EL PAVO REAL
Se esmeraba un pavo real en hacer las delicias de un pequeño niño. Abría orondamente sus alas provocando la hilaridad del niño, volaba de un lado a otro, conquistando con su plumaje multicolor el asombro del pequeño, quien se hallaba a sus anchas en tan agradable compañía. Un poco más allá, un desgarbado asno rebuznada y movía el lomo tratando de congraciarse con el niño y participar también con él en el juego. Pero el soberbio pavo real se interponía siempre diciéndole a la criatura:
- No es bueno que prestes atención a ese animal burdo y feo. Escucha esa voz, se parece la voz de un chancho cuando le ajustan el cogote. ¡Bah! Habrase visto un ser tan ordinario.
Y el niño, inocente aún, hacía caso a aquella vanidosa y egoísta ave y lanzaba piedras al pobre asno quien triste y adolorido por los golpes se alejaba del lugar.
Cierto día en que el niño se había alejado un poco de su casa adentrándose en el bosque, se escucharon los aullidos de una manada de lobos.
El pavo real, que se hallaba junto al niño, elevó vuelo olvidándose del peligro que corría el pequeñuelo.
Cuando los lobos llegaron a donde estaba el niño y ya mostraban sus feroces fauces, apareció el viejo asno, quien alarmado por los aullidos, había ido a socorrer al indefenso. De unas cuantas coces puso fuera de combate a dos de ellos, creando entre los otros un desconcierto tal, que prefirieron huir lo más rápido posible.
Recuperado del susto y ya en el patio de su casa, el asno se convirtió en amigo inseparable del pequeñín, quien llegó a sentir gran cariño hacia aquel valiente animal.
Un poco más allá, un gran número de animales entre los que habían conejos, gallos, gallinas, ardillas y patos, se reían con gran jubilo, pues, nunca habían escuchado el canto de un pavo real, canto que dicho sea de paso, es uno de los sonidos más espantosos de los que existen en el mundo animal.
Moraleja:
No es raro descubrir que nos son
de más utilidad las cosas que
despreciamos, que aquellas que
son centro de nuestros constantes
halagos.
LOS PERROS
Vivian en una casa dos perros.
El más pequeño decía al otro.
- Papá, quiero salir a pasear al igual que aquellos perros que veo en la calle cuando asomo mi cabeza por la ventana.
El padre respondía:
- Nada de eso pequeñín, nosotros no somos perros de la calle. Aquí nuestros amos nos dan un techo, buena comida y también son ellos quienes determinan la hora conveniente para dar un paseo, así que quítate esas ideas de la cabeza.
El pequeño can, refunfuñando, hubo de esperar hasta después del mediodía para salir en compañía de su padre y de sus amos, dos agradables ancianitos muy amantes de los animales.
Quiso la suerte que ese día transitaran por lugares donde había grandes montículos de basura, y en donde se veían gran número de perros callejeros que se disputaban a dentelladas los desperdicios. Las moscas y los roedores pululaban por doquier. El pequeño cachorro, aterrado, buscaba refugio entre las patas de su padre.
- Ya ves, pequeñuelo, seguro que muchos de esos que están peleando allí abandonaron algún día sus casas en busca de aventuras. Y vaya que sí las encontraron.
Moraleja:
Ver las desgracias que sufren
aquellos que han tomado el camino
de mal, es mejor el remedio para
enrumbarnos por el camino
correcto.
LA ZORRA, EL SAPO Y LA SERPIENTE CASCABEL
Una zorra que venía huyendo de unos cazadores, logró subirse a un árbol y esconderse entre la espesa copa. Inútiles fueron los esfuerzos para encontrarla, pues, se hallaba tan bien agazapada que no los ojos de un lince habrían dado con ella.
- Será mejor que regresemos a la cabaña, pues, ya está oscureciendo. Mañana temprano saldremos en su busca, aunque es casi seguro que mañana estará muy lejos, dijo uno de los perseguidores.
Un sapo que había visto subirse a la zorra en aquel frondoso árbol, comenzó a gritar.
- Allá está, en la cima de aquel árbol. Que no se les escape.
Ante aquel aviso, los cazadores iniciaron una tenaz balacera en todos los puntos del árbol, el cual empezó a perder sus hojas como si hubiera llegado el otoño. Otro sapo que se hallaba ahí cerca, recriminó de mala manera al sapo acusador.
- Eres un sapo bocón e indiscreto. Ahora verás lo que te va a suceder cuando la zorra escape de esos cazadores, no quisiera estar en tu pellejo sapo chismoso.
- Lo que pasa es que eres un sapo cobarde y te mueres de miedo ante una tonta zorra, contestó el sapo mientras seguía alertando a los cazadores, que por otro lado no cesaban de disparar.
- Te equivocas cara de sapo, sucede simplemente que la experiencia enseña que en boca cerrada no entran moscas.
Pero hacer entender a aquel sapo indiscreto hubiera sido más difícil que ablandar una piedra, por lo que el otro sapo se sumergió en el agua y desapareció.
Mientras tanto, la zorra se dio cuenta de que no bajaría con vida de aquel árbol. Junto a ella se hallaba una serpiente de cascabel, la cual en otro tiempo había salvado la vida gracias a la zorra.
- Siento mucho amiga mía no poder hacer nada por ti en este momento, pero te aseguro que algo haré por devolverte el favor que me hiciste.
No bien la serpiente hubo terminado de hablar, cuando un certero disparo en el corazón puso fin a la vida de la zorra.
Pasados unos días, los sapos del lago se preparaban para la gran fiesta que habría en el bosque. El sapo chismoso se había puesto su mejor traje, por lo que se hallaba sumamente encopetado.
- Hoy seré la sensación de la fiesta y conquistaré a la rana más bonita, ya verán todos esos sapos feos.
Mientras el sapo se hacía el nudo de la corbata, tras unos arbustos asomaron dos pequeños ojos. Un cuerpo alargado se fue arrastrando, e introduciéndose en el agua, llegó hasta donde estaba el sapo que al ver a aquella enorme serpiente frente a él quedó petrificado.
- ¡Hola!, sapito, veo que estás muy elegante. Lástima que no puedas ir a ningún sitio, pues, tengo que cumplir una promesa que me hice a mí misma, así que vamos para adentro.
Y dicho esto, la serpiente se engulló al sapo.
Moraleja:
Es útil callar y mostrarse discretos
ante los hechos que no nos
competen, pues, esto nos evita
muchos inconvenientes.
LA TORTUGA, EL ÁGUILA Y LA LIEBRE
Iba por un camino una tortuga, cuando de unos materiales surgió una liebre.
- ¡Hola!, lentita, cómo estás. A ver, vamos a dar un paseo.
Subida sobre el caparazón de la pobre tortuga, la liebre iba silbando alegremente.
- Pesas mucho, así no podré llegar a la laguna donde se reunirán mis amigas, dijo la tortuga algo fastidiada.
- Vaya no me digas. Y qué van a hacer, seguro una carrera para ver quién es la más raída. ¡Ja!, ¡Ja!, ¡Ja!
Y así se fue la tortuga cargando a la indolente liebre, ya en campo traviesa, la tortuga fue disminuyendo su marcha, motivando más burlas de la liebre.
- Qué barbaridad. No entiendo cómo pueden existir animales tan lentos como esta tortuga. Imagínate que en este momento apareciera una malvada zorra. Te devoraría en un instante mientras yo con mis veloces patas ya estaría a millas de distancia.
En ese momento, sobrevolaba un águila. Al ver a la tortuga y a la liebre recordó que no había almorzado y hacia ellas dirigió su raudo vuelo. Alarmados, los dos animales optaron por ponerse a buen recaudo. La tortuga contrajo la cabeza y las patas y así quedó como una roca, mientras que la pobre liebre en su desesperada huida buscaba algún arbusto donde esconderse.
De nada le valieron la agilidad de sus patas, pues, el águila la había tomado ya entre sus poderosas garras y con ella se elevaba hacia el cielo.
Moraleja:
Algunas veces sobrevaloramos
tanto nuestra superioridad sobre
los otros, que olvidamos las
virtudes o cualidades que el débil
pueda tener.
EL FILÓSOFO Y EL HOMBRE RICO
Conversaban un filósofo y un adinerado mientras bebían vino en una taberna.
- Yo poseo una gran cantidad de oro en joyas, así como un número igual de piedras preciosas, decía el hombre rico. Pero eso sí, sepa usted, que adonde yo voy, mis joyas y mis piedras van conmigo, pues, hoy en día no se puede confiar en nadie. Y usted, supongo que también tendrá su fortuna, mire que un hombre sin dinero no vale nada en estos tiempos, concluyó.
El filósofo lo miró sonriente.
- Yo soy maestro y me gano la vida enseñando a quienes quieren aprender, así que como verá, toda mi fortuna cabe aquí dentro, dijo el sabio tocándose la cabeza con el índice.
Como ambos iban por el mismo camino, el hombre rico ofreció una de sus mulas para que el filósofo no tuviera que caminar.
Al filósofo le llamó la atención aquella extraña circunstancia en la que un hombre viajaba con cuatro mulas cargadas con todas sus riquezas. Llegados a un paraje, los viajeros fueron interceptados por unos ladrones que en un instante se llevaron todo el oro y las piedras preciosas.
- Estoy en la ruina, Dios mío, estoy acabado. Se lo han llevado todo, gritaba y lloraba el hombre desconsoladamente.
El filósofo sintió compasión por aquel hombre que había construido su existencia en base a aquellos bienes materiales, pero sintió un gran regocijo en si corazón porque a pesar del robo, él llevaba sus riquezas consigo.
Moraleja:
No es raro encontrar a aquellos
que enriquecen su vida con cosas
materiales, dejando de lado las
riquezas que brinda la cultura y el
espíritu.
EL LAGARTO Y LAS PERDICES
Un enorme lagarto se hallaba suspendido en un árbol en donde llevaba varias horas observando a un grupo de perdices que escarbaban en la tierra buscando insectos.
- No será fácil hacerme de una de ellas mientras permanezcan en grupo, tendré que ingeniármelas, sino me quedaré sin comer hoy día.
Bajó del árbol y dijo a una de ellas:
- Buenos días señora perdiz, es ella la que usted me dijo que estaba muy gorda, y esa otra la que tenía las patas chuecas y esotra…
Y así fue el lagarto indisponiéndolas unas contra otras a través de sus intrigas y sus mentiras, provocando una disputa que terminó en una diáspora inmediata. De esto se aprovechó el lagarto, que al encontrarlas separadas, pudo comérselas una tras otra.
Moraleja:
La unión hace la fuerza, de ahí que
si deseas vivir tranquilo, mantén
en raya a tus enemigos, confía en
tus amigos y procura siempre
conservarlos.
EL PESCADOR Y EL LOBO MARINO
Encontrábase un lobo marino atrapado entre las redes de un barco pesquero, sin ninguna posibilidad de salir de tal aprieto.
Al verlo un pescador que estaba en su bote, se compadeció del pobre animal y con ayuda de un cuchillo cortó las redes permitiéndole huir de aquella trampa. Recuperada su libertad el lobo marino se adentró en las profundidades dispuesto a no caer en desgracia.
Al poco tiempo, naufragando la embarcación en que iba, el pescador quedó en el mar bravío, abandonado a su suerte.
Al verlo en tal estado, el lobo marino acudió en su ayuda, evitando así que muriera ahogado.
El hombre quedóse admirado de haber sido correspondido de esa forma por aquel noble animal que demostraba así su gratitud.
Moraleja:
Debemos ser agradecidos y
devolver con creces los favores
recibidos.
LOS ÁRBOLES Y EL VIENTO
Levantándose, una mañana, el viento de mal humor, díjose a sí mismo:
- Ahora barreré con mi fuerza a unos cuantos árboles y con eso calmaré en algo mi malestar.
Encontró en su camino un álamo, y luego de soplar con energía, el árbol cedió a aquella fuerza descomunal que arrancó sus raíces sus raíces con suma facilidad.
No contento con esto, el viento siguió su camino buscando otra víctima. El próximo en librar sus raíces de la tierra fue un sauce que se hallaba en la ribera de un río. Un leve soplo fue más que suficiente para que el árbol cayera a la corriente y fuera arrastrado por ésta.
Sonriente de poder apreciar su fuerza destructora, y no satisfecho aún su malhumor, el viento decidió buscar una nueva víctima. En su camino topó con un enorme roble, cuya gigantesca figura habría hechos dudar al leñador más ducho. Al verlo, dijo el viento:
- Creo que por hoy es suficiente, pues, ya me siento más calmado, así que mejor será que me vaya a descansar.
Unos pequeños cardos que se hallaban cerca de ahí, murmuraron.
- Si hubiera soplado sobre ese roble, su esfuerzo hubiera sido vano, y eso bien que lo sabía.
Moraleja:
Muchos son los que gustan de
medir su poder con los débiles,
pero saben doblegarse ante los
fuertes.
EL ÁGUILA Y EL HALCÓN
Estaba un halcón posado sobre una roca en lo alto de una montaña, cuando divisó entre unos matorrales a un pequeño ratón. Lanzóse sobre él, y en pocos segundos, se elevaba de nuevo con el roedor en sus garras.
Al ver una paloma que picoteaba unas semillas en un campo de cultivo, decidió soltar al ratón y lanzarse sobre esa mejor presa.
Ya con la paloma en las garras enrumbó hacia las montañas, pero en ese instante divisó una liebre que corría velozmente por el prado.
- Tienes suerte, amiga, de que esa liebre se cruce en mi camino, pues, representa un manjar más abundante para mi voraz apetito, dijo el halcón dejando libre a la paloma y lanzándose en pos de la liebre.
En aquel instante, también los ojos de un águila habían visto aquella presa, por lo que el halcón hubo de frenar su vuelo al ver como otra rapiña se llevaba a la liebre.
- Tonto he sido al desafiar a la fortuna, pues, teniendo entre mis garras a una presa menor, la he dejado para coger una presa más grande sin tener la certeza de si la podría tomar.
Moraleja:
No es de juiciosos dejar la
fortuna que se tiene entre manos,
por más pequeña que sea, por una
fortuna mayor cuyas posibilidades
de alcanzarla se ignora.
LA ARAÑA, LA MOSCA Y EL ESCARABAJO
Volaba una mosca de un lado a otro, cuando de repente por un mal cálculo, fue a caer en la tela de una araña. Avisada ésta por las vibraciones de la delicada trampa, despertó de su letargo y comenzó a afilar sus mandíbulas.
Vanos eran los intentos de la mosca por liberarse de la seda que ya empezaba a enredarse con sus alas. Mientras más se movía para tratar de liberarse, más se iba enmarañando en aquella trampa mortal.
La araña esperaba pacientemente en un extremo de la tela, convencida de que por más esfuerzo que hiciera su víctima, no lograría liberarse de la telaraña.
Un enorme escarabajo fue a caer al lado de la mosca y al igual que ésta, comenzó a luchar con la opresora tela.
- Vaya, estoy de suerte, dijo la mosca, al ver que la araña avanzaba hacia ellos amenazadoramente. Es más que seguro preferiría tan grande presa a la insignificancia que represento yo.
A los pocos segundos, vencida por el peso del insecto, la tela cedió y el escarabajo vino en tierra.
- Desdichada de mí, dijo entonces la mosca, en el instante último en que la araña la envolvía con su cuerpo.
Moraleja:
Las leyes creadas por los
hombres muchas veces resultan
injustas, pues, juzgan con severidad
a los débiles y dejan libres a
los más fuertes.